Ninguno de nosotros puede controlar a las naciones, ni las acciones de los demás, ni siquiera las de nuestra propia familia, pero sí podemos controlarnos a nosotros mismos.
Mis queridos hermanos y hermanas, mi llamado a ustedes hoy es que pongan fin a los conflictos que se desatan en su corazón, en su hogar y en su vida.
Entierren todas y cada una de las inclinaciones de hacer daño a los demás, sean esas inclinaciones el mal genio, una lengua afilada o un rencor contra alguien que les ha hecho daño.
Hagan el esfuerzo espiritual para procurar milagros; oren pidiendo a Dios que los ayude a ejercer ese tipo de fe.
Les prometo que pueden experimentar por ustedes mismos que Jesucristo “da fuerzas al cansado y multiplica las fuerzas del que no tiene vigor”.
Hay pocas cosas que aceleren más su ímpetu espiritual, que el darse cuenta de que el Señor los está ayudando a mover un monte de sus vidas.
Pero, mis queridos hermanos y hermanas, tenemos por delante muchísimas cosas maravillosas.
En los días venideros veremos las mayores manifestaciones del poder del Salvador que el mundo jamás haya visto.
Entre ahora y el momento en que regrese “con poder y gran gloria”, Él concederá innumerables privilegios, bendiciones y milagros a los fieles.
Concertar una relación por convenio con Dios nos une a Él de una manera que hace que todo en la vida sea más fácil. No me malinterpreten: no he dicho que efectuar convenios haga que la vida sea fácil.
De hecho, esperen tener oposición, porque el adversario no quiere que descubran el poder de Jesucristo, pero llevar el yugo con el Salvador significa que tienen acceso a Su fortaleza y poder redentor.
Reafirmo una profunda enseñanza del presidente Ezra Taft Benson:
“Los hombres y las mujeres que entreguen su vida a Dios descubrirán que Él puede hacer mucho más con sus vidas que lo que ellos mismos pueden hacer. Les dará más gozo, ampliará su visión, avivará su mente […], elevará su ánimo, multiplicará sus bendiciones, aumentará sus oportunidades, confortará sus almas, les dará amigos y los colmará de paz”.
Mis amados hermanos y hermanas, ¡la manera en que nos tratamos en verdad importa! En verdad importa el modo en que hablamos a los demás y de los demás en casa, en la capilla, en el trabajo y en línea.
Hoy pido que interactuemos con los demás de una manera más elevada y santa. Por favor, escuchen con atención: “Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” que podamos decir de otra persona —ya sea directamente o a sus espaldas—, esa debe ser nuestra norma de comunicación.
La contención aleja al Espíritu, en todos los casos. La contención refuerza el concepto falso de que el enfrentamiento es la manera de resolver las diferencias, pero nunca lo es.
La contención es una elección. Ser pacificador es una elección. Ustedes tienen su albedrío para elegir la contención o la reconciliación.
Los insto a elegir ser pacificadores, ahora y siempre.
La vida terrenal es una clase magistral sobre cómo aprender a elegir las cosas de mayor importancia eterna. Hay demasiadas personas que viven como si no hubiera nada más que esta vida.
Sin embargo, lo que ustedes escojan hoy determinará tres cosas: dónde vivirán durante toda la eternidad, el tipo de cuerpo con el que resucitarán y las personas con quienes vivirán para siempre.
Por lo tanto, piensen de manera celestial.
A medida que piensen de manera celestial, el corazón les cambiará poco a poco. Querrán orar con más frecuencia y con más sinceridad.
Por favor, no dejen que sus oraciones suenen como la lista de las compras. La perspectiva del Señor trasciende la sabiduría terrenal de ustedes.
La respuesta de Él a sus oraciones podría sorprenderlos y los ayudará a pensar de manera celestial.
Al pensar de manera celestial, se darán cuenta de que evitan todo aquello que los prive de su albedrío. Todas las adicciones —ya sean los videojuegos, los juegos de azar, las deudas, las drogas, el alcohol, la ira, la pornografía, el sexo o incluso la comida— ofenden a Dios.
¿Por qué? Porque la obsesión de ustedes se convierte en su dios y, para encontrar consuelo, recurren a esa obsesión, en lugar de recurrir a Él.
Pasar más tiempo en el templo edifica la fe. Y su servicio y su adoración en el templo los ayudarán a pensar de manera celestial.
El templo es un lugar de revelación. Allí se les enseña a progresar hacia una vida celestial. Allí se acercan más al Salvador y se les concede un mayor acceso a Su poder.
Allí se los guía para que solucionen los problemas de su vida, incluso los problemas más desconcertantes.