MODA EN LA COLECCIÓN FRANZ MAYER EXPOSICIÓN DIGITAL

El interés por la vestimenta existe desde las civilizaciones antiguas. A lo largo de la historia, distintas culturas procedentes de todos los rincones de la Tierra han utilizado el vestido como una expresión estética en lo colectivo y en lo particular. En la rutina diaria del ser humano la acción de vestirse juega un papel protagónico. El contraste entre lo cotidiano y lo peculiar es lo que hizo que la moda llamara la atención y al patrocinio de un repertorio amplio de nobles, comerciantes, fabricantes, artesanos, académicos y militares. Su carácter multidisciplinario e interdisciplinario dio pie a un vasto número de avances industriales y sociales. Su alcance y capacidad de expandirse puso en marcha una serie de cambios profundos en la manera de vivir, trabajar y consumir.

Por primera vez el Museo Franz Mayer exhibe al detalle 21 obras de su colección con una mirada orientada a la evolución de la moda desde el siglo XVI hasta los primeros años del siglo XX. Examina los diferentes estilos y complementos, así como la transformación de las siluetas. Recoge el sentido de identidad, la diversidad y el esplendor de las cortes europeas a la cabeza de la moda. Explora la mezcla de la indumentaria indígena con las tendencias españolas y francesas durante el México virreinal. Refleja las referencias cruzadas y la confluencia de materiales y técnicas gracias a la creciente comunicación e intercambio comercial con Asia a través de la Nao de China.

La moda histórica desempeña un papel clave en la lectura y entendimiento del tejido social y la cultura cotidiana que nos precede. Refleja la individualidad del ser humano y permite examinar los cambios en el seno de la sociedad. La moda en la colección Franz Mayer es una primera revisión de distintas facetas y detalles selectos de la vestimenta y su desarrollo. El punto de partida para futuras exploraciones en un campo que permite ser analizado desde múltiples ángulos y distintas perspectivas.

Alessandro Allori (Florencia, Italia, 1535-1607). Isabel de Medici. Segunda mitad del siglo XVI. Óleo sobre tela Italia.

Durante el siglo XVI la moda fue dictada por las cortes europeas —principalmente las de Italia, Francia, Alemania, Inglaterra y España. Elementos característicos en la indumentaria de ciertas naciones eran evidentes para la población de la época. Las cortes buscaban diferenciarse conforme al estilo de sus émulos.

Este retrato corresponde a Isabel de Médici, hija del II Duque de Florencia Cosme I de Médici y Leonor Álvarez de Toledo. Viste un traje de terciopelo de seda rojo con un escote amplio, cubierto por un canesú —pieza superior a la que se pegan el cuello, las mangas y el resto de la prenda— de encaje veneciano adornado con perlas. La presencia de esta piedra preciosa en la vestimenta era de uso exclusivo para las mujeres de la nobleza. Las abultadas hombreras son de estilo acuchillado, en el que las costuras están abiertas o se cortan deliberadamente en una prenda y se deja visible el forro —uno de los motivos más característicos de la moda al final del Renacimiento. El cinturón de oro decorado con piedras preciosas en la cintura es un símbolo adicional de riqueza.

El peinado a raya en medio sujeto por un discreto tocado compuesto por una redecilla de oro con diadema de perlas, junto con la presencia de un perro —símbolo de fidelidad, amor y lealtad—, nos indica que al momento de este retrato estaba casada con Paolo Giordano Orsini, Duque de Bracciano. En este periodo las mujeres solteras eran representadas con el cabello suelto.

Seguidor de Alonso Sánchez Coello. Retrato de la infanta Isabel Clara Eugenia. Finales del siglo XVI. Óleo sobre tela España.

En el siglo XVI España alcanzó una posición política y económica destacada, lo que supuso una gran influencia sobre la moda europea.

Isabel Clara Eugenia de Austria, hija de Felipe II de España, fue soberana de los Países Bajos, territorio que gobernó de 1621 hasta su muerte en 1633. Este retrato corresponde a sus años como infanta de España. Luce una saya de mangas en punta —lujosa y elegante prenda compuesta por dos piezas separadas confeccionadas con la misma tela: un cuerpo y una falda con cola— con un espléndido brocado tejido con hilo de oro, ataviada con joyas y piedras preciosas que demuestran la estirpe de la dinastía Habsburgo. En el pecho porta un broche que perteneció a su madre, Isabel de Valois, y entre sus dedos muestra un camafeo con el retrato de Felipe II.

Las lechuguillas —enormes "cuellos" de encaje— obligaron a las mujeres a construir sus peinados hacia arriba, predominando el cabello rizado. Solían recurrir a postizos y a un soporte de alambre llamado jaulilla. El peinado de Isabel Clara Eugenia fue complementado con perlas, plumas y un broche que pertenecía a Ana de Austria, reina consorte de España y cuarta esposa de Felipe II.

Círculo de Velázquez. Retrato de dama. Siglo XVII. Óleo sobre tela España.
Círculo de Velázquez. Retrato de dama siglo XVII. Óleo sobre tela España.

Esta obra nos permite aproximarnos a las costumbres y a la moda en España durante el reinado de Felipe IV.

La dama retratada en esta obra porta una prenda interna característica de este periodo, el guardainfante —un soporte hueco sobre el que se apoyan las faldas. Se le considera sucesor del verdugado, estructura de origen francés hecha de mimbre a la altura de las caderas, que las mujeres españolas convirtieron en un complicado armazón con aros de madera, alambre o hierro unidos entre sí con cintas o cuerdas que se completaba en la parte superior con mimbre o crin para enfatizar las caderas. En la parte alta, el torso queda totalmente aplastado por una cotilla de ballenas o corsé. En el exterior, viste una saya de brocado negro compuesta por una falda y una casaca abotonada con mangas abullonadas y encaje blanco en puños y cuello.

Buscando simetría entre la cabeza y el cuerpo, el cabello fue liberado y adquirió volumen. A este peinado hecho a base de caireles y tirabuzones decorados con lazos y joyas se le conoció como peinado de guardainfante.

Esta obra presenta a Matías de Médici, hijo de Cosme II y de María Magdalena de Austria. Viste una elegante armadura de acero pavonado con remaches dorados, sombrero de ala ancha ladeado con una pluma roja, un cuello de encaje, unos guantes de cuero y una banda militar bordada con hilos metálicos.

A medida que el siglo XVII avanzó, el uso de la armadura disminuyó. La eficiencia en las armas de fuego fue en aumento, dando lugar a uniformes militares más livianos y sintetizando la armadura en una simple coraza.

Durante la segunda mitad del siglo XVII la vestimenta femenina pasó de una estructura rígida a una más laxa, con siluetas básicas más naturales, sobrias y elegantes

En esta obra observamos a cinco mujeres, dos de ellas portan vestidos de telas satinadas y, mientras una sostiene en brazos un perrito, la otra se arregla ante el espejo de su tocador. Las otras dos mujeres, vestidas de colores sobrios, son las doncellas que asisten a las jóvenes en su arreglo personal. La tercera se pierde entre las cortinas de la cama.

Las dos jóvenes de vestidos satinados llevan corpiños entallados, mangas abullonadas en dos partes marcadas por lazos y faldas de cola holgadas. Las dos llevan un peinado con elaborados rizos que enmarcan sus rostros y cuelgan en el hombro. La doncella que sostiene el collar lleva un cuello blanco de hombros caídos y cubre su cabello con una cofia (gorro) y un manto negro

Lancelot Volders. Damas con sirvientas. Segunda mitad del siglo XVII. Óleo sobre tela. Flandes [hoy Bélgica].

Esta obra conmemora el ingreso de Felipe de Francia, duque de Anjou y hermano menor de Luis XIV, a la Orden del Espíritu Santo, en 1654.

Bajo un sombrero adornado con plumas de avestruz, el rey ostenta una peluca de melena llamada in folio —elevada, puntiaguda y ondulada. Moda que impuso y que perduró al menos durante un siglo. Aunque Luis XIV tenía una abundante cabellera, utilizaba pelucas para ganar altura. A lo largo de su vida acumuló más de 1000. No llevaba barba ni bigote, lo que sentó otro precedente en la apariencia de los hombres de toda Europa. Sus estrictas normas de etiqueta mantenían a raya a la corte.

Los tacones altos son una invención del siglo XVII. Luis XIV, que era de baja estatura, llegó a calzar zapatos con un tacón de 12 centímetros. Esta moda también la extendió al resto de Europa. Fue considerado el hombre mejor vestido de todo el continente, su estilo suntuoso continuó influyendo en los monarcas y nobles de generaciones posteriores.

Con motivo de la ceremonia, el rey y los caballeros visten un largo manto de terciopelo negro con motivos bordados en oro, rojo y plata. Una capa corta de terciopelo verde, con el mismo bordado, pero más pequeño, cubre la parte superior. Ambas piezas llevan un forro naranja satinado. El manto se llevaba sobre un jubón con mangas abullonadas y unos calzones acuchillados, blancos, satinados y bordados con plata. Todos ostentan la Cruz del Espíritu Santo sujeta de un listón azul debajo de una gorguera sencilla.

Seguidor de Philippe de Champagine. Luis XIV, un día después de su consagración, le toma juramento a su hermano [Felipe de Francia], señor duque de Anjou, como caballero de la Orden del Espíritu Santo en Reims, el 8 de junio de 1654. Segunda mitad del siglo XVII. Óleo sobre tela. Posiblemente Francia.
Rebozo de fuentes y arcos. Tela de urdimbre mixta de seda y algodón, trama de algodón y ligamento de tafetán con predominio de urdimbre. Bordado con hilo de seda, rapacejo trenzado y enlazado en triángulos ca. 1750. Nueva España [hoy México].

Las damas nobles de la Nueva España, no satisfechas con el lujo del tejido y los materiales, imbuidas por la pomposidad de la época y las chalinas de seda cubiertas de flores bordadas que llegaban de Asia por medio de la Nao de China, decidieron aderezar los rebozos con paisajes y escenas costumbristas. Ellas mismas llegaron a bordar algunos, pero la mayoría fueron hechos por artesanos profesionales, ya que así lo establecían las ordenanzas de la época.

Las bandas anchas presentan escenas de personajes ataviados con trajes de la Corte de Versalles en la época de Luis XV acompañados de flores, aves, animales de compañía, fuentes y esculturas. Las listas que limitan las bandas son una versión bordada de un diseño jaspe o ikat de barras en forma de V escalonadas. El centro conserva el escudo de una cacica mexicana posiblemente casada con un español.

Esta pieza incorpora varios detalles bordados con seda teñida de negro. En esta época era común usar hierro viejo, dejado en agua para su descomposición, para crear este color. El hilo corroído con el paso de los años en este rebozo insinúa que fue producido con este método.

El rapacejo de este rebozo está compuesto por trenzas planas de tres hebras dispuestas en triángulos que crean un enrejado.

Retrato de Sebastiana Inés Josefa de San Agustín. India cacique, 1757. Óleo sobre tela. Nueva España.

Con 16 años, Sebastiana Inés Josefa de San Agustín fue retratada antes de su ingreso al Convento de Corpus Christi, exclusivo para mujeres de la nobleza indígena.

La joven cacique viste un huipil bordado con águilas bicéfalas, fastuosos broches en el centro y en el hombro izquierdo, galones de terciopelo verde brocado, encajes y una manga decorada con grandes margaritas hechas de perlas y piedras preciosas. Debajo del huipil se entrevé una bocamanga de encaje blanco.

Los aretes, gargantilla y el derroche de perlas en las muñecas y en el tocado ondulado de doble hilera son muestra de la joyería novohispana de moda en esta época. Un clavel rojo y un abanico completan el atuendo.

Biombo de enseñanzas morales y países. ca. 1770-1800. Óleo sobre tela. Nueva España [hoy México].

Durante el siglo XVIII, en lo que se refiere a la indumentaria infantil, se mantuvieron las tendencias de los siglos XVI y XVII. No existía distinción de género en la vestimenta de niños y niñas, usaban ropones y vestidos hasta los 4 o 5 años. Al llegar a esta edad, tanto a niñas como a niños, se les arreglaba igual que a los adultos. Eran una versión en miniatura de sus padres.

Este momento de transición era de especial relevancia para los hombres. Si bien aún eran unos infantes, este cambio representaba un acercamiento al mundo de los adultos y sus responsabilidades. En algunos casos, entre los niños de la alta sociedad, esta nueva etapa iba acompañada de una peluca, como se observa en una de las escenas de este biombo que exhibe la vida cotidiana de la clase novohispana acomodada.

Esta obra también es prueba de que el gusto por el rebozo —pieza de la indumentaria mexicana por excelencia— no distinguía etnia o estrato social. Cautivó a todas las mujeres de la Nueva España, quienes cubrían sus rostros, cargaban a sus bebés y celebraban importantes acontecimientos envueltas en él.

Rebozo. Seda con ligamento de tafetán, urdimbre teñida por reserva (jaspe o ikat) con tres colores, rapacejo anudado en triángulos. Siglo XIX. México.

En el siglo XVIII el rebozo alcanzó su máxima calidad impulsado en gran medida por la Real Audiencia de la Nueva España, que en 1757 intervino en su elaboración con ordenanzas —ratificadas en 1775 por el marqués de Cruillas—, que dictaban el tamaño, tejido, clase de hilo y diseños que debía de llevar dicha indumentaria.

En esta pieza juegos de hilos de seda se tiñeron en uno o hasta tres colores. El proceso de elaboración de un rebozo es laborioso, se realizan entre 14 y 17 pasos para llegar el resultado final.

El rapacejo de esta pieza presenta triángulos compuestos de secuencias en las que un cordón retorcido y una trenza de tres hebras se aparejan —el primero pasa a través de la segunda— para crear un tejido de fondo de red de malla abierta.

Biombo de escenas campestres, ca. 1770-1800. Óleo sobre tela. Nueva España [hoy México].

Entre la gran variedad de biombos realizados en la Nueva España durante los siglos XVII y XVIII, destacan los dedicados a la vida cotidiana y festiva del virreinato. Esta obra exhibe a tres parejas novohispanas fruto del mestizaje.

La mujer del centro y la de la derecha llevan marcas de belleza en las sienes. La obsesión por estas marcas llegó a la Nueva España —como tantas tendencias— a través de las damas españolas fascinadas por las ocurrencias de las francesas extravagantes, quienes iniciaron esta afición en el siglo XVI. Las mujeres y niñas novohispanas llamaban chiqueadores a estos lunares de terciopelo. En la Nueva España, su gran popularidad se debió a que no solo cubrían granos y cicatrices, también llevaban rodajas de hierbas que aliviaban los dolores de cabeza.

Las tres mujeres visten corpiños blancos de escote amplio y mangas abullonadas decoradas con volantes de encaje. Llevan el pelo recogido y decorado con peinetas. Complementan su atuendo con gargantillas, brazaletes y aretes de oro y perlas. La mujer del centro lleva en la mano izquierda una cigarrera. Las tres llevan distintos sobretodos (de izquierda a derecha): una casaca, un mantón y una capa corta. Las dos mujeres de los extremos llevan faldas con motivos florales y enagua —la de la derecha evoca al traje de tehuana.

El hombre de la izquierda lleva un tricornio —sombrero con el ala vuelta en tres partes formando un triángulo equilátero. El borde con plumas era una nueva moda llegada de Francia. El peinado es un peluquín empolvado de rizos sencillos.

El hombre de la derecha parece vestir un sarape de lana. Lleva un sombrero negro de ala ancha con una cinta tejida de colores.

El hombre en el centro viste a la española, con una capa larga de paño de lana, amplia de vuelo y de color llamativo. Un pañuelo blanco le cubre la cabeza. Con la mano izquierda sostiene un sombrero negro ala corta.

El hábito de consumir tabaco en América data de tiempos inmemorables, los pueblos originarios le atribuían propiedades medicinales y lo usaban en distintos rituales. En el siglo XVI, con la colonización europea, la popularidad de esta planta se expandió al resto del mundo, perdiendo su sentido ceremonial para convertirse en una actividad de uso cotidiano.

Mujeres y hombres mascaban, fumaban e inhalaban tabaco todo el día. Para transportar los cigarros, los novohispanos adinerados usaban cigarreras decoradas según el gusto de la época. Las mujeres incluso las llevaban sujetas a una pulsera, colgando de sus muñecas. En algunos casos, las más curiosas, usaban chaquiras —llegadas de Asia gracias a la Nao de China— para confeccionar no solo cigarreras, también bolsas y demás accesorios para complementar sus atuendos.

Cigarrera. Chaquira tejida con soporte de cestería entretejida (contenedor y tapa). Siglo XIX. México.

El atuendo de esta joven mujer nos advierte sobre su interés por la moda francesa, su gusto refinado y su atención a los detalles.

Viste un corpiño rígido y apuntado muy por debajo de la cintura —esta prenda llegó a ser tan larga e inflexible que sentarse representó todo un reto para las mujeres. Las mangas acaban por encima del codo, permitiendo que la manga de la camisa aparezca, revelando tres volantes de encaje. El volumen en forma de campana de la cintura para abajo indica la presencia de un tontillo o un miriñaque —ambos armazones se consideran sucesores, menos aparatosos, del guardainfante. Todo el atuendo parece estar confeccionado con organza de seda brocada, bordada y decorada con galones azules y amarillos. En los puños y en el corpiño destacan líneas onduladas formadas por lentejuelas rojas. Del último, cuelgan tiras de encaje y un reloj de bolsillo.

Durante este periodo los peinados se distinguieron por su altura. Las mujeres, en general y a diferencia de los hombres, no llevaban peluca pero —en algunos casos— se empolvaban el cabello, le añadían postizos, una estructura de alambre y pomadas para lograr una apariencia abultada. Los peinados se conservaban por un par de semanas para evitar que se convirtieran en un nido de pulgas y garrapatas. Se decoraban con distintos atavíos, como las plumas y broches de piedras preciosas que luce la joven del retrato.

Ostentosos aretes, una gargantilla y pulseras a juego de terciopelo negro con diamantes y zafiros, un abanico cerrado y un pañuelo complementan su vestimenta.

Miguel de Herrera. Posible retrato de María Manuela Josefa de Loreto Rita Modesta Gómez de Cervantes y Padilla, heredera de los marqueses de Santa Fe de Guardiola, 1782. Óleo sobre tela. Nueva España [hoy México].

El abanico es una invención de la Edad Antigua, que nace con el fin práctico de avivar el fuego, mover el aire, proteger del sol y ahuyentar a los insectos. Aparece en pinturas y relieves del Antiguo Oriente, y en América en el Códice Mendocino. Con el paso del tiempo se convirtió en uno de los complementos de moda más relevantes, su pericia para comunicar y sus motivos decorativos eclipsaron su refrescante función utilitaria.

A México llegaron los abanicos plegables —creación japonesa— a través de la Nao de China a finales del siglo XVI. Sin embargo, su creciente popularidad hizo que para el siglo XVII su producción se extendiera a varios países de Europa. Considerado un símbolo de femineidad y de estatus social, el abanico se añadió al ajuar imprescindible que debía de portar una mujer de la alta sociedad al ser retratada —junto con joyas preciosas, pañuelos y relojes.

Plasmado en un retrato en cierta posición o a través de movimientos específicos en tiempo real, el abanico le sirvió a las mujeres tanto para fijar una postura como para enviar un mensaje al instante.

Abanico. Seda pintada y varillaje de concha nácar, calada y labrado. Siglo XVIII. Europa.

Los relojes portátiles fueron posibles gracias a la invención del resorte espiral a principios del siglo XV. En un inicio, la inexactitud de su mecanismo los hacía errar varias horas por día, por lo que la relevancia de este artilugio intrigante en forma de esfera se centraba en su belleza más que en su funcionalidad.

En el siglo XVII su apariencia evolucionó y dio pie a los relojes de bolsillo. Su diseño redondo y aplanado permitió que se llevaran de forma segura dentro de la ropa, protegiéndolos de las inclemencias del clima. Con ellos también surgen unas cintas o cadenas colgantes de oro, plata o níquel llamadas leontinas.

Los relojes de bolsillo eran considerados artículos de lujo. Los nobles, la clase alta y la burguesía en ascenso portaban suntuosos modelos. Muchos retratos de la época representan a las damas refinadas con relojes colgando de sus corpiños o faldas.

Este reloj erótico de bolsillo alude a las dos figuras en la parte inferior de la pieza que se mueven al compás de las manecillas, mientras dos personajes grecorromanos —con martillo en mano— anuncian el paso de las horas al golpear las campanas.

David-Frédéric Dubois (Activo en París, Francia, 1780-1830) Reloj erótico de bolsillo Erotic Pocket Watch Tres oros, zinc fundido, calado y cincelado con carátula en esmalte blanco ca. 1800-1830 París, Francia
Juan Rodríguez Juárez (Nueva España, 1667-1734). Retrato del Virrey Alencastre Noroña y Silva, Duque de Linares, ca. 1711-1723, Óleo sobre tela, Nueva España [hoy México),

Fernando de Alencastre Noroña y Silva fue el 35º virrey de Nueva España.

Siguiendo las tendencias francesas de la época, lleva un suntuoso atuendo digno de su cargo. Viste un traje conformado por una chupa —pieza ajustada con mangas que llega hasta las rodillas— de color rojo, bajo una casaca de terciopelo azul decorada con espléndidos galones de oro y amplio hacia la cintura gracias a las tablas laterales almidonadas —entre las que se divisa un espadín. Lleva una hilera de botones de oro, la mayoría sin abrochar para mostrar un pañuelo rectangular —precursor de la corbata moderna— y una banda roja con un fastuoso broche. Las mangas de la chupa, bordadas con motivos florales, se aprecian por debajo de los grandes puños vueltos de la casaca —también conocidos como puños de bota. Los volantes blancos de la camisa van a juego con el pañuelo y los guantes. Bajo el brazo izquierdo lleva un tricornio con forro rojo, decorado con un prendedor de oro y piedras preciosas.

Un calzón de terciopelo azul y medias al tono con un bordado dorado a la altura de los tobillos constituyen la parte baja del traje.

Calza un par de zapatos negros, cerrados, con hebilla y tacones rojos.

Lleva una peluca de cascada empolvada para lograr el color blanco característico y tan en boga entre los hombres nobles de este periodo.

La mano derecha, cuyo meñique luce un anillo de oro con una gema facetada, sostiene un pequeño papel con la firma del pintor Juan Rodríguez Juárez.

Azulejo. Cerámica esmaltada y policromada. Mediados del siglo XVIII – principios del siglo XIX España.

En el siglo XVIII la vestimenta masculina estaba compuesta por tres piezas: casaca, chupa y calzón, que son el antecedente de la chaqueta, el chaleco y el pantalón usados hasta nuestros días. Sobre las piernas, medias de seda, lana o algodón —según fuera la riqueza de sus dueños. En esta época las medias fueron un complemento imprescindible.

A los hombres no se les veía en público en mangas de camisa. La casaca, al ser la pieza exterior, era la prenda que más lucía. En el frente presentaba botones por un lado y grandes ojales por el otro. Estos detalles eran puramente decorativos, ya que la mayoría de las veces no se abrochaban. La casaca y la chupa llevaban bolsillos de tapa a la altura de las caderas que escondían bolsillos secretos, por debajo del forro, donde los hombres guardaban sus pertenencias. El sombrero de ala ancha protegía del sol a los hombres que trabajaban la tierra

Azulejo. Cerámica esmaltada y policromada. Mediados del siglo XVIII – principios del siglo XIX. España.

En 1770 Inglaterra estaba en camino a convertirse en la nación más poderosa de Europa y su influencia en la vestimenta masculina imperó en gran parte del continente. Los ingleses, acostumbrados a vivir en el campo y a pasar los días al aire libre, vestían trajes cómodos y prácticos. Los hombres europeos, sin importar la clase social, empezaron a usar trajes sencillos y sobrios, dejando atrás los adornos y los colores vistosos.

Los ingleses también fueron pioneros en el uso de los pantalones —una de las tantas prendas que los hombres adoptaron por influencia militar. Los primeros ejemplares eran una especie de leotardo que llegaba hasta los pies y se llevaba por debajo de los zapatos. El personaje en este azulejo lleva unas alpargatas —calzado típico español que se asegura mediante cintas alrededor del tobillo y a lo largo de la pierna.

El sombrero bicornio —característico de Napoleón Bonaparte— fue muy popular durante esta época. Los hombres adoptaron peinados más naturales y empezaron a revelar su cabellera, solo los anticuados y los adultos mayores continuaron utilizando pelucas.

Azulejo. Cerámica esmaltada y policromada. Mediados del siglo XVIII – principios del siglo XIX. España.

La Armada Española es una de las más antiguas del mundo. Nació a finales del siglo XV, de la unión de las milicias de Castilla y Aragón, en tiempos de los Reyes Católicos. Se le atribuye el descubrimiento de América, la primera circunnavegación a la Tierra y la creación de los galeones.

Gracias a la composición de este azulejo podemos advertir que el personaje retratado es un marinero integrante de los trozos de abordaje, una unidad de choque formada por miembros de la tripulación de una nave, empleada para el ataque, desembarco, apresamiento, sabotaje o manejo de una nave capturada. A los “trozos” se les relacionaba con acciones rápidas, brutales y peligrosas. Llevaban una redecilla o cinta con la que se recogían el pelo y grandes patillas. Vestían camisa de algodón o lino, una chaquetilla corta, chaleco, calzón y en la cintura una faja de color rojo intenso —típica de la indumentaria popular española. Calzaban botas de caña ancha que llegaban hasta las rodillas. La caña — parte de la bota que se eleva y cubre la pierna— era lo suficientemente flexible como para poder doblarse. Este tipo de botas fue muy popular a finales del siglo XVIII.

La segunda mitad del siglo XIX mitigó el color y la extravagancia en la moda masculina. El traje moderno de tres piezas: chaqueta, chaleco y pantalón no sufriría cambios relevantes hasta el siglo XX.

La influencia de la moda francesa e inglesa prevaleció entre la clase alta mexicana. Según las últimas tendencias, los hombres adinerados vestían elegantes pero sobrios trajes en colores discretos y telas refinadas.

El caballero de este retrato viste una camisa blanca de cuello elevado y un chaleco de seda brocada en azul y dorado —única pieza de la vestimenta masculina que solía ser más vistosa—, bajo una levita corta de solapa ancha de color negro con botones dorados. Esta chaqueta informal se usaba en las tardes. Lleva un pañuelo de seda negro atado al cuello en forma de corbata de moño. El pantalón se puso de moda a principios del siglo XIX y reemplazó al calzón como prenda de uso cotidiano hacia la segunda mitad de este periodo. El casimir —lana de cabra suave y ligera— se empleó frecuentemente para la confección de los pantalones

Lleva el cabello corto, peinado con una raya lateral y pequeños mechones de rizos que le cubren las orejas. Regresa el vello facial a los rostros masculinos, ahora de rigor. En este caso el bigote es poblado y abarca toda la parte superior del labio.

Un bastón delgado con la cabeza tallada y un reloj de bolsillo —una leontina dorada nos advierte sobre su presencia— complementan su atuendo

Pelegrín Clavé (Barcelona, España, 1811-1880). Retrato de caballero, 1862. Óleo sobre tela. México.

El siglo XX puso fin al uso habitual del corsé y otras estructuras que moldearon y deformaron el cuerpo femenino durante poco más de cuatrocientos años. La reducción y soltura del vestido comenzó a finales de la primera década y se consolidó a principios de los años 1910.

La moda adoptó una silueta más flexible, la forma rígida de la curva en S —popular a inicios de los años 1900, gradualmente se enderezó para seguir la línea natural del cuerpo. Los vestidos de día cubrían el cuerpo desde el cuello hasta el piso y las mangas largas envolvían los brazos por completo. Muselina, gasa, percal y algodón fueron las telas más usadas y el blanco el color predominante. Aparece el corte imperio renovado, haciendo énfasis en el busto gracias a la cintura alta y las telas vaporosas. Cien años antes, la silueta original —inspirada en las túnicas de las antiguas Grecia y Roma— sobresalió durante el Imperio de Napoleón Bonaparte, de ahí el nombre.

Ignacio Zuloaga y Zabaleta (Eibar, Guipúzcoa, 1870-Madrid, 1945). Retrato de dama, ca. 1900-1920. Óleo sobre tela. España.