NOVENA SINFONÍA DE BEETHOVEN REVISTA LOGIA

NOVEMA SINFONÍA DE BEETHOVEN

200 AÑOS DE FRATENIDAD UNIVERSAL

Por Gerardo Benwville Márquez

La Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, es una de las obras más emblemáticas y trascendentales de la historia de la música. Estrenada en Viena el 7 de mayo de 1824, esta sinfonía no solo marcó un hito en la carrera del compositor, sino que también redefinió los límites de lo que una sinfonía podía expresar.

A 200 años de su estreno, su relevancia sigue siendo innegable, tanto por su complejidad musical como por su profundo mensaje humanista.

Beethoven compuso la Novena Sinfonía en un período de grandes cambios tanto en su vida personal como en la sociedad europea. Tras la derrota de Napoleón y la restauración conservadora en Europa, el fervor revolucionario se transformó en un anhelo por la libertad y la fraternidad. Beethoven, profundamente influenciado por estos ideales, estaba ya en los últimos años de su vida y completamente sordo cuando emprendió la composición de esta sinfonía, lo que añade una capa de profundidad a su genio creativo.

El proceso de creación de la Novena Sinfonía fue largo y arduo. Beethoven había contemplado la idea de una sinfonía coral desde hacía años, pero no fue hasta la década de 1820 que logró dar forma definitiva a este concepto.

VIENA, 7 DE MAYO DE 1824

La Sala de la Sociedad de Amigos de la Música de Viena rebosa de expectativa. Desde hace semanas, la ciudad ha sido presa de un fervor inusitado, y la razón es simple: Ludwig van Beethoven, el compositor más renombrado de la época, presentará su última sinfonía. Para muchos, esta ocasión marca el acontecimiento musical del siglo, y la audiencia, compuesta por la élite cultural y política de Viena, espera con ansias el inicio del concierto.

El ambiente en la sala es electrizante. Beethoven, a sus 53 años, ha estado prácticamente retirado de la vida pública debido a su sordera total. Sin embargo, su genio creativo parece haberse intensificado en medio de la adversidad. Esta Novena Sinfonía, de la que se ha hablado con creciente asombro y curiosidad, promete ser una obra diferente a todas las anteriores.

Cuando Beethoven aparece en el podio, la sala estalla en aplausos. El compositor, serio y concentrado, toma su lugar al frente, aunque se sabe que no dirigirá realmente la orquesta. Esa responsabilidad ha recaído en Michael Umlauf, el director encargado de guiar la ejecución, dado que Beethoven, aunque sigue la música en su mente, no puede escuchar los sonidos que emergen a su alrededor.

Primer movimiento (Allegro ma non troppo, un poco maestoso)

Este movimiento se abre con un misterioso unísono en las cuerdas que introduce el motivo principal de la sinfonía. La tensión dramática y el desarrollo temático son características distintivas de este movimiento, que sienta las bases para la grandeza que sigue. Desde las primeras notas, es evidente que esta sinfonía es monumental.

El motivo inicial, ejecutado suavemente por las cuerdas, se transforma rápidamente en un tema de una intensidad y un dramatismo que mantienen al público al borde de sus asientos. Los oyentes son llevados a través de una vorágine emocional, donde la música parece personificar las luchas internas del propio Beethoven.

Segundo movimiento (Scherzo: Molto vivace - Presto)

Aquí, Beethoven despliega un ritmo frenético y una energía imparable. Es notable la inversión del orden tradicional de los movimientos, colocando el scherzo antes del movimiento lento. El tratamiento rítmico y la riqueza tímbrica son especialmente destacables.

Aquí, Beethoven juega con ritmos y tempos, creando una sensación de movimiento constante, casi imparable. La audiencia, acostumbrada a la colocación del scherzo en tercer lugar, no puede evitar sentirse desorientada, pero al mismo tiempo fascinada por la innovación.

Tercer movimiento (Adagio molto e cantabile)

En contraste con el vigor del segundo movimiento, el adagio ofrece una reflexión profunda y serena. Las melodías largas y expansivas, junto con una orquestación delicada, crean un ambiente de introspección y paz. Un adagio que en su serenidad ofrece un respiro después de la intensidad anterior. Las melodías se deslizan suavemente, llenas de un lirismo que toca el alma de cada oyente. Es un momento de introspección, donde cada persona en la sala parece sumergirse en sus propios pensamientos, inspirados por la belleza de la música.

Finalmente, el Cuarto movimiento (Finale: Presto - Allegro assai)

Este es el movimiento más innovador y polémico de la sinfonía. Beethoven introduce el coro y los solistas para entonar el Oda a la Alegría, un canto a la fraternidad y la unión de los pueblos. El uso de la voz humana en una sinfonía fue un desafío directo a las normas establecidas y abrió nuevas posibilidades para la música sinfónica.

Es en este punto donde Beethoven revela su mayor audacia. Tras una introducción turbulenta que parece recapitular los movimientos anteriores, los solistas y el coro entran en escena. Las primeras notas del famoso poema Oda a la Alegría de Friedrich Schiller resuenan por la sala, y el impacto es inmediato. La combinación de la orquesta con las voces humanas es una novedad radical, algo que nunca se había escuchado en una sinfonía. Las palabras de Schiller, que cantan a la fraternidad y la unidad de la humanidad, adquieren una fuerza inusitada cuando son acompañadas por la majestuosa música de Beethoven.

Al final de la sinfonía, el público queda en silencio, como si necesitaran un momento para procesar lo que acaban de presenciar. Luego, estalla en una ovación atronadora. Los aplausos y vítores se prolongan por minutos, y se dice que Beethoven, debido a su sordera, no se da cuenta del fervor del público hasta que una de las solistas, Caroline Unger, le toca el brazo y lo voltea para que vea a la multitud ovacionando de pie.

La noche del 7 de mayo de 1824 se recordará como un momento clave en la historia de la música. No solo por la innovación de Beethoven al incluir un coro en su sinfonía, sino por la profunda resonancia emocional de la obra. Viena, y el mundo entero, ha sido testigo de la creación de algo inmortal. La Novena Sinfonía de Beethoven no es solo un triunfo personal del compositor sobre la adversidad; es una celebración del espíritu humano en su forma más sublime. La audiencia sale de la sala transformada, sabiendo que ha experimentado algo verdaderamente único, algo que perdurará a lo largo de los siglos.

Dos siglos después de su estreno, la Novena Sinfonía de Beethoven sigue siendo un testimonio de la capacidad del arte para trascender las barreras del tiempo y el espacio. Su mezcla de innovación técnica y profundidad emocional la convierte en una obra maestra perenne, cuyo mensaje de fraternidad universal sigue siendo tan relevante hoy como lo fue en 1824. En un mundo que continúa enfrentando divisiones y conflictos, la *Oda a la Alegría* nos recuerda la importancia de la unión y la solidaridad entre los seres humanos. Beethoven, a través de esta sinfonía, nos invita a soñar con un mundo en el que todos los hombres y mujeres puedan vivir en paz y armonía.