ENSAYO SOBRE LA DIGNIDAD REVISTA LOGIA

ENSAYO SOBRE LA DIGNIDAD

Por Ricardo Gutiérrez Chávez

Ante cualquier proyecto es necesario definir el objetivo, sobre todo cuando dedicamos tiempo en actividades que, en apariencia, se desvían de nuestros quehaceres familiares o profesionales, por ejemplo, las masónicas. Cuando nos iniciamos en la masonería, nos planteamos un objetivo de manera casi común: queremos ser mejores.

Reto, sin duda, relevante, pero no específico y carente de una relación de tiempo que haga evidente su cumplimiento. De manera intuitiva, nos vamos ajustando a múltiples intenciones: queremos ser mejores en lo que hacemos y así nuestros discursos se llenan de loables promesas: los masones nos imponemos el desafío de ser los mejores padres, los mejores hermanos, esposos, amigos, trabajadores, mexicanos, etc.; pero tal vez, olvidamos definir un punto de referencia.

Después de recorrer un azaroso camino de sesiones masónicas, que muchas veces terminan en la madrugada; investigar y redactar trabajos; acudir a eventos cívicos y cenas de gala; adentrarnos en lecturas esotéricas y exotéricas; cumplir con las responsabilidades inherentes a un puesto; es hasta después, que descubrimos una referencia que sí nos permite medir el avance: ser mejores que nosotros mismos.

La masonería en el seno de los diferentes templos y ritos nos revela la medida que servirá de punto de partida y factor comparativo de nuestro avance gradual de superación al proponernos la consigna «conócete a ti mismo�� como tarea que involucra introspección y sobre todo honestidad: si el objetivo es ser mejores que nosotros mismos, irremediablemente debemos conocernos. Para lograrlo, no bastará con saber las causas y motivantes de nuestros actos; además, debemos ejercer la fuerza de voluntad para atrevernos a transformar nuestra conducta cotidiana y así avanzar en nuestro proyecto de vida personal, el cual implica realizar actividades definidas por un plan con hitos temporales. Enlistar las intenciones es solo parte del avance; es muy importante planear, pero después debemos ejecutar para alejarnos del cómodo pero ilusorio sendero de la complacencia y el sinsentido.

Para definir o descubrir el sentido de lo que hacemos, propongo acudir, tal como lo indican varios textos en nuestras liturgias, a un concepto que es inherente al ser humano: la dignidad.

En diferentes textos normativos, desde la «Declaración universal de los derechos del hombre», hasta la redacción de diferentes constituciones políticas en el mundo, incluyendo la mexicana, se expone la palabra «dignidad» como un lugar común al que se da por hecho su entendimiento y por lo tanto se excluye su significado. Esto ha generado que la dignidad se haya convertido en una palabra de uso ornamental, vacía de contenido.

Para evitar la frivolidad, que deja el uso del decorado sin sustento, podemos comenzar por ahondar en la historia del concepto. Todos los conceptos tienen historia y cuando olvidamos el desarrollo histórico de los conceptos estos se tornan en palabras huecas.

Pico de la Mirandola en el Siglo XV, señaló que la dignidad es algo exclusivo de la condición humana, en virtud de las capacidades propias de la humanidad, una de ellas es la conciencia. El ser humano puede elegir o luchar por elegir por sí mismo su realidad, de acuerdo con el desarrollo de sus capacidades. Es así como las personas podrían ascender a lo divino o descender al infrahumano.

Emmanuel Kant en el Siglo XVIII también abona a la significación de la dignidad y define al ser humano como un ser capaz de determinar fines, sentido, horizontes a su quehacer diario. En la «Crítica de la Razón Práctica», describe la capacidad de los humanos de vivir la experiencia de la ley moral, que impera en el trato a los demás, en un fin y no un medio, lo cual nos define como cualitativamente distintos a las demás especies.

Johann Gottlieb Fichte, filosofo idealista alemán ahonda en el concepto de la dignidad, inherente al ser humano, por ser este, poseedor de una libertad potencial, entendida como la capacidad de poder elaborar decisiones libres y autodeterminarse: pensar por uno mismo y hacer de la vida una obra de arte.

La dignidad aunque es individual se tensa en la relación con los otros; desde Aristóteles, se dice que el bien particular se debe subordinar al interés general; sin embargo, la historia de la humanidad no muestra el error de someterse al interés general cuando la dignidad humana se vea afectada, por ejemplo: si las mayorías se conforman y aceptan que un pueblo debe aniquilarse, es decir, asesinar a sus habitantes para dominar un territorio, sin duda las generaciones futuras, a la luz de la razón y el análisis histórico, cuestionarán a esas mayorías, tal como lo hacemos en el caso del pueblo alemán que permitió el asesinato sistemático de judíos en la segunda guerra mundial.

El filósofo contemporáneo Javier Gomá, cuando se refiere a la historia del concepto «dignidad», señala que «el interés particular debe ceder al interés general pero el interés general debe ceder ante la dignidad individual».

La dignidad es un sensor del progreso, en la medida en que una sociedad advierte más causas de indignación, se puede afirmar que es una sociedad desarrollada; lo contrario es la normalización de la barbarie.

La defensa y lucha por la igualdad y los derechos de la mujer, los niños, los discapacitados, los indígenas, inmigrantes, etc., es la muestra de una sociedad dignificándose.

Si fuimos mudos o cómplices, ante el injusto maltrato a la mujer, es momento de evolucionar; si fuimos mudos o cómplices de la corrupción, en detrimento de los más vulnerables, es momento de transformarnos, junto con los sistemas; si por muchos años, fue el clasismo y el racismo, la conducta normalizada, es tiempo de abrir nuestra conciencia hacia el reconocimiento de la dignidad humana, entendiendo que no hay personas inferiores, sino seres humanos que abusan de su poder y por medio de mecanismos que manipulan los elementos culturales, buscan normalizar la desigualdad que generan sus privilegios.

La dignidad es la espada que atraviesa el corazón del masón para advertirle cuando sus actos no son congruentes con la libertad, la igualdad o la fraternidad. En el fuero interno, cuando somos conscientes de la distorsión, sentimos el remordimiento que lastima y hasta puede destrozar el alma si no rectificamos el mal proceder.

La masonería busca que los actos de sus iniciados tiendan a lo bello a lo justo y a lo bueno, habrá quien relativice estos conceptos dejando de lado el bagaje universal que la humanidad ha construido, pero la resistencia no será más que los efectos de una disociación cognitiva.

Los iniciados, tenemos diferentes motivaciones para continuar en la vida masónica, pero de acuerdo con el estudio de la filosofía y particular de la moral, la masonería también sirve para ser conscientes de la dignidad humana y actuar en consecuencia.