EL ACTO MORAL
Por Gerardo Aguilar
Alguna vez, platicando con un amigo, éste cuestionaba si la razón, aquella facultad exclusiva del hombre, es un bien evolutivo. Si uno se detiene a pensar, la razón quizá no sea conveniente ni ayude a perpetuar la vida. Albert Camus, en su El mito de Sísifo, expone:
No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale la pena o no ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía. (1)
Si uno se pone a razonar, no hallará más razones para seguir con vida, que razones para pegarse un tiro. Tal parece que entre la vida y la muerte hay menos dicha que dolor. Si de todos modos moriremos… Probablemente, este pensamiento no sea correcto, en el sentido de verdadero, pero lo mismo puede decirse de cualquier pensamiento amable o metafísico. Este es el quid de la cuestión: razonar no necesariamente nos arroja a la verdad. Razonar ni siquiera nos asegura la vida. Saltas para evitar que un coche te arrolle, aunque hayas escrito El mito de Sísifo. No hay tiempo para razonar si vale la pena quitarse, o aprovechar la ocasión para, a lo Nietzsche, demostrar tu compromiso con la filosofía nihilista.
El movimiento que salva la vida es espontáneo. Todo acto no espontáneo es mecánico. Somos autómatas hasta el momento en que una serpiente intenta mordernos el tobillo. No sabremos si somos capaces de matar a alguien hasta que nos encontremos en las circunstancias para ello. Tu vida o mi vida. Todo constructo moral tambalea cuando otro amenaza nuestra vida.
Los autómatas no podemos practicar la moral. La moral es espontánea; acontece por un instante tan corto como lo harían un protón o un electrón al rededor del núcleo de un átomo. El principio de incertidumbre de Heisenberg (2) concuerda con la idea de que todo acontecimiento verdadero no puede predecirse.
(1) Op. Cit. P. 1
(2) Cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento lineal y, por tanto, su masa y velocidad. Este principio fue enunciado por el físico teórico alemán Werner Heisenberg en 1927. Heinsenberg, Werner (1927). Heisenberg 1927 - Sobre el Contenido Descriptivo de la Cinematica y la Mecanica Teorico Cuantica. Pp. 172-198. (Texto en español).
La moral es una forma de actuar: la acción moral. Los actos que todos acordamos convenientes. Desde no matar, hasta no comer cerdo. Olvidamos al establecerlos que algo puede ser conveniente sólo en relación a un fenómeno determinado. Para que una regla moral funcione, sería necesario recrear, o suponer que la vida ocurre en un ciclo de repetidas y previstas circunstancias. Sin embargo, cada circunstancia y cada acción son un fenómeno único. No podemos decir: “pegarle a un niño es inmoral y no debe hacerse nunca”. Si dogmatizamos, muchos niños morirían asfixiados. Nadie querría pegarles en la espalda para salvarlos. No es una idea difícil de entender. Refranes populares como “nunca digas nunca”, o “no digas de esa agua no beberé”, demuestran que en el fondo de nosotros, en el corazón de los autómatas, aún arde una ligera flama de autenticidad. Un genio del hombre.
El acto moral es un misterio. Un hombre se ve amenazado por otro hombre con un cuchillo. El primero desenfunda una pistola, apunta, y… de pronto, de la nada, o, ¿de dónde?, surge en él un algo a lo que llamaríamos compasión. Baja el arma. ¿Esto es un acto moral? Además de un misterio, el acto moral es un acto arriesgado. Al bajar la pistola, el hombre con cuchillo salta y lo mata. ¿El instinto contra la razón? No, porque el primer hombre no razonó su decisión, sino que, de forma natural hizo lo que supuso que debía hacer, lo más ético según su entendimiento. Si el acto moral no surge de la razón, ¿de dónde surge?
“Un acto moral es una acción realizada por un individuo que implica una elección consciente entre diferentes opciones y que se evalúa desde un punto de vista ético.” (3)
Si esto entendemos por moral (y esto es lo que más o menos se entiende en el mundo por moral), podemos decir que la moral emana de la conciencia. Del darse cuenta de que algo, al menos en esta circunstancia, es lo correcto, en el sentido de verdadero.
El hombre de la pistola murió, pero murió libre de culpa. “Las ideas presentadas sobre la conciencia, la libertad, la intención y la responsabilidad en los actos morales son fundamentales en la ética.” (4) Esto es: el acto moral es posible gracias a la conciencia. Es espontáneo porque es libre. Libre de mecanismos aprendidos, heredados, construidos o insertados en nuestra conducta autómata. El hombre del cuchillo quedó con vida sólo para cargar en su conciencia (si la tiene) el haber matado a un hombre que le perdonó segundos antes. Su acto instintivo fue inmoral porque fue inconsciente; una reacción xenófoba, reforzada por una cultura de “mi vida antes que la tuya”, sustentada en un instinto de supervivencia básico. El acto moral no siempre concuerda con el acto instintivo. ¿Una madre alimenta a sus hijos por amor, o por instinto? Cuando colocas una manta sobre el lomo de una vaca, explica el hinduismo, porque deseas cubrir a la vaca del calor, este acto es sagrado y la vaca continúa siendo un animal sagrado. Pero si colocas la manta sobre el lomo de una vaca para que la cargue por ti (aunque haga calor), profanas la vaca. Solo uno, en su conciencia, sabe con qué intención cubre a la vaca.
(3) John Stuart Mill
(4) Ibid.
Únicamente el hombre libre es moral y altruista. Los autómatas podemos rezar o dar caridad, meditar, ir a yoga, leer liturgias o alcanzar la máxima jerarquía social o sectaria, pero siempre llevaremos oculto el gen maldito. Todo ello lo haremos, ya sea por reconocimiento social, ganar el Cielo, aceptación o necesidad (que no sentido) de pertenencia, adoctrinamiento, fanatismo, y un sin fin de etcéteras. Jamás como un acto espontáneo de soberana libertad. La mecanización convierte a los individuos en personas hipócritas y ambiciosas porque circunscribe su comportamiento a un perímetro muy estrecho de acción: la ley moral, la norma social, el sentido común.
La razón no lleva a la verdad, sin embargo, sólo mediante el razonamiento pulimos el cristal de la conciencia: razonando pensamos: “es mejor ser la víctima que el victimario” (Sócrates). La razón sirve para acrecentar la conciencia, y su desarrollo es directamente proporcional. A más conciencia, más comportamiento moral, espontáneo, natural, verdadero. Los hombres conscientes lo son de sus actos y sus efectos. No es lo mismo no matar a un hombre por miedo a la ley, que no hacerlo porque somos conscientes de su libertad, del valor de su vida.
Observemos nuestra conducta automática. Detengámonos. De improviso. Mientras llevamos la cuchara a la boca… Preguntémonos cómo llegamos aquí, a esta postura (¿qué hacíamos antes de detenernos), a este sentimiento (¿qué sentíamos antes de detenernos?), a este pensamiento (¿qué pensábamos antes de detenernos?). Concienticemos nuestros actos. Antes de buscar la gloria del cielo o la fama de la tierra, rectifiquemos mediante la conciencia, nuestra intención. Seamos honestos: ¿Por qué tengo dos conductas, una pública y una privada? El hombre moral actúa del mismo modo solo que acompañado. No se avergüenza porque conoce la raíz de su comportamiento.
Para sentenciar una acción como moral o inmoral, deberíamos conocer la causa primera de dicha acción y todo lo que efectuará ella. Un maestro zen abofetea a un discípulo. Sabemos que fue un acto moral, un acto consciente y libre, y por tanto verdadero, porque el efecto de la bofetada resultó en el despertar espiritual del alumno. La bofetada fue un acto moral, altruista y filantrópico. Un imitador podría abofetear a todo el monasterio y no despertaría un solo monje. En este sentido, el acto moral es arriesgado cuando lo practica el ignorante de la causa y el efecto. Esto nos coloca en una posición complicada, ya que, si no conocemos las causas y efectos de nuestros actos, lo mejor es no actuar. Complicada porque el hombre es cada vez más compulsivo.
Es preciso distinguir dos formas de potencia. La potencia positiva consiste en hacer algo. La negativa es la disposición a no hacer nada. Pero no es idéntica a la incapacidad de hacer algo. No es una negación de la potencia positiva, sino una potencia diferente. Permite que el espíritu permanezca en calma contemplativa, es decir, preste una atención profunda. Sin esta potencia negativa, caemos en la hiperactividad destructiva. (5)
(5) Byung-Chul Han. No cosas. Penguin. (2023) P. 103
Es más difícil concentrarse en un lugar ruidoso que en silencio. La conciencia aumenta en el silencio. La moral es el fruto del árbol de la conciencia, cuyo cuidado es el silencio. No podemos razonar normas morales. Hacerlo es adoctrinar, estancar el movimiento, censurar la espontaneidad, cortar la libertad. No hay más moral que la que dicta la conciencia de cada uno de los individuos que componen la humanidad. El mal es una consecuencia de la libertad. La moral nos ayuda a conducirnos en tal consecuencia, y provocando el impacto contrario: la moral es el bien como consecuencia de la libertad. El acto moral es la meta de las doctrinas filosóficas, de las religiones:
Para el taoísmo, la práctica en sí misma es un misterio, ya que no se trata aquí del esfuerzo, de la voluntad, ni de la técnica, en el sentido profano del término, sino de la recuperación de la espontaneidad primordial, […] gracias a la cual la sabiduría reanima inconscientemente, en lo más profundo de su ser, la armonía de los ritmos cósmicos. (6)
Tanto el instinto como el acto moral son actos espontáneos. La diferencia entre uno y otro, radica en la conciencia. El instinto es inconsciente, mientras la moral es consciente.
(6) Mircea Eliade. Mefistófeles y el andrógino. Ed. LABOR, 1984. P. 61