Es algo serio simplemente estar vivo en esta mañana fresca en este mundo roto"
Aquí, en el valle, la luz cae desigual. Los días transcurren casi idénticos, pero los detalles nunca se repiten: cada amanecer tiene sus propias aves, sus propias sombras en el agua y cada noche, aunque la miro desde la misma ventana, un color distinto en el cielo”.
No tienes que ser bueno. No tienes que caminar sobre tus rodillas, arrepintiéndote, durante cien millas a través del desierto. Solo tienes que permitir que el suave animal de tu cuerpo ame aquello que ama.
“Caminaba a través del bosque con el sentimiento de que nada me era ajeno mientras aceptara lo que el paisaje y la soledad me daban. En la sencillez de la naturaleza encontraba respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que tenía”.
Hay días en que el bosque se oscurece pronto y el perro viene y apoya la cabeza en mi rodilla. Me imagino que en verano éramos más ligeros, que el invierno es el peso verdadero de los que pertenecen al bosque.
Cuando estoy entre los árboles, especialmente los sauces y los robles, ellos me dicen: 'Permanece aquí. Eres suficiente.' El perro corre adelante, entre las hojas. Yo aprendo a quedarme".
La realidad de una mañana otoñal no requiere justificación: la luz es dura y precisa, los sonidos raros. El perro no pregunta, simplemente corre y regresa. Yo sólo puedo meditar sobre lo que se pierde y lo que permanece".
Los senderos del bosque se vuelven distintos cuando llega octubre. El perro avanza por delante, atento y silencioso entre las hojas húmedas. No busco consuelo en el paisaje; lo que obtengo aquí es algo más próximo al reconocimiento de mi propia soledad, hecha de brisa y de lluvia.
A medida que el otoño avanza hacia el corazón de la montaña, los perros y los árboles responden a la estación como si cada hoja y cada día fueran únicos. Aprendí, sin maestros humanos, que el silencio del bosque enseña lo mismo que el ruido: la necesidad de pertenecer a lo vivo.
En la cabaña el tiempo avanza despacio. Vienen las tardes de lluvia y las hojas caen precariamente sobre el perro que dormita a mis pies. El bosque me permite renunciar a la urgencia y escuchar, sencillamente, el giro de las estaciones".
Durante el otoño, el bosque se convierte en un laboratorio de luz dorada y olor a tierra húmeda. Mi perro corre lejos, pero retorna con una rama o el simple gozo de haber explorado. Aprendo de él que quedarse y regresar son, en cierto modo, la misma cosa.