¿Puede un carisma existir antes de su nacimiento oficial? En Alcalá de Henares, sí. La ciudad complutense siempre ha sido un lugar de suma importancia para la Compañía de Jesús. La presencia que continúa viva hoy —en forma de comunidad, colegio o de archivo histórico— se remonta incluso a tiempos previos a la fundación de la Compañía, cuando San Ignacio pasó un año en Alcalá estudiando latín durante 1526, antes de trasladarse a Salamanca.
San Ignacio residió entonces en el Hospital de Antezana, como ayudante de hospitalero en la cocina y en la enfermería a cambio “de comer, beber y candela”. Desde allí, entre tareas humildes y cartas a sus amigos, nació el sueño de una vida en común para mayor gloria de Dios. Sus escritos a Calixto de Sa, Juan de Arteaga y Lope de Cáceres les convencieron para que le acompañaran, además de la incorporación de Juan Reynalde, paje del rey de Navarra, que estaba herido convaleciente en el lugar.
Juntos decidirían establecer un “método común de vida”, que a la postre desembocaría en la Compañía. Antezana se convertiría en el hogar de la primera “proto comunidad” de Jesuitas.
El edificio del Hospital de Antezana: 542 años de trabajo ininterrumpido
Para entender el valor de la estancia de Ignacio, hay que conocer la historia del lugar que lo acogió. El palacio originario pertenecía a don Luis de Antezana y doña Isabel de Guzmán, dos nobles de finales del siglo XV que decidieron, al no tener descendencia, fundar lo que entonces se llamaba hospital de caridad u hospital de beneficencia.
Su origen se remonta a 1483, cuando fue erigido por bula papal de Sixto IV, por lo que jugaría un papel importante como modelo de hospital humanista en las décadas posteriores, aportando no solo un cuidado físico sino una atención integral a las necesidades de las personas. Un estilo propio que incluso se exportaría a América, en un contexto en el que España afrontaba la toma de Granada y la expulsión de los judíos.
Antezana también jugaría un papel clave en el desarrollo de la Universidad de Alcalá. Aquí hacían prácticas los bachilleres de medicina, que entonces complementaban su formación científica con la humanista, cursando estudios de teología y filosofía. El histórico edificio del palacio ha conservado su labor sanitaria de forma ininterrumpida desde su fundación hasta el día de hoy, pues permanece abierto y dedicado al cuidado de personas mayores en forma de residencia. Se puede afirmar, por tanto, que se trata del hospital más antiguo de España.
Los espacios en los que vivió San Ignacio
Ignacio llega a Alcalá para estudiar en agosto de 1526. Entre las burlas de las gentes, se dedicaba a pedir limosna en la puerta del Hospital de Antezana. Tras verlo a diario, el presidente del hospital le ofreció intercambiar techo y comida por servicios y cuidados a los enfermos, tarea que compaginó con sus estudios de latín.
La pequeña estancia que ocupó se conserva como oro en paño. Aunque durante muchos años estuvo convertida en un paso de caballerizas, desde 1668 acoge una pequeña capilla en su parte baja. Las paredes que dieron cobijo al santo se mantienen originales, aunque ahora envuelven la cúpula que remata la capilla.
El santo, entre fogones
La cocina oeste era conocida como “el cuarto caliente”, como buen refugio frente al frío invernal. En ella, Ignacio participaba a diario en la vida del hospital. Desde los fogones, servía a los enfermos, conversaba con ellos y los acompañaba espiritualmente, cocinando de alguna forma el futuro de una Compañía llamada al servicio.
El espacio, utilizado de forma continua desde el siglo XV hasta mediados del siglo XX, se encuentra hoy musealizado en forma de despensa. Todavía conserva la estructura original, el sistema de extracción del humo y una silla que, probablemente, date de la época de San Ignacio.
Piedras vivas
Si las paredes de Antezana hablasen, pronunciarían nombres, oraciones, sufrimientos y, sobre todo, misericordia. Cinco siglos después, el hospital sigue vivo, honrando entre sus muros la significativa estancia de Ignacio: aquel joven que entre sus muros sería apresado por la Inquisición hasta en tres ocasiones por predicar sin permiso, pero que jamás dejó de servir.
Aquí, los primeros jesuitas compartieron el pan, pero también las dudas, los sueños y el deseo ardiente de servir a la Iglesia en caminos aún por trazar. Antezana no solo guarda historia: la atesora. Porque allí donde se amó y se sirvió, las piedras siguen hablando. Y aquí, siguen vivas.