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ROSARIO CASTELLANOS: 50 AÑOS DE LEGADO INMORTAL REVISTA LOGIA

ROSARIO CASTELLANOS

50 AÑOS DE LEGADO INMORTAL

Por Dulce Velázquez Vera

En agosto de 2024 se conmemora el 50 aniversario luctuoso de Rosario Castellanos, una de las voces más influyentes y poderosas de la literatura mexicana. Castellanos, cuya obra abarcó poesía, novela, ensayo y teatro, se destacó por su compromiso con la lucha por los derechos de las mujeres y los pueblos indígenas, temas que resuenan con fuerza en sus escritos. Su legado literario y cultural sigue vivo, influenciando a generaciones de escritores y lectores.

Rosario Castellanos nació el 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México, aunque pasó gran parte de su infancia en Comitán, Chiapas. Su vida estuvo marcada por una profunda conexión con la cultura y las tradiciones indígenas de la región, una influencia que permeó gran parte de su obra. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde comenzó a forjar su carrera literaria y académica.

A lo largo de su vida, Castellanos fue una prolífica escritora. Su obra incluye novelas emblemáticas como Balún Canán y Oficio de tinieblas, que exploran las tensiones entre las culturas indígenas y mestizas en Chiapas. También se destacó como ensayista, con obras como Mujer que sabe latín... y Sobre cultura femenina, en las cuales abordó temas de género, feminismo y la identidad femenina en la sociedad mexicana.

En 1950, Castellanos publicó su primer poemario, Trayectoria del polvo, al que siguieron otros como Poemas 1953-1955 y Lívida luz. Su poesía es introspectiva y muchas veces explora los temas de la muerte, la soledad, y la búsqueda de la identidad.

En 1971, Rosario Castellanos fue nombrada embajadora de México en Israel, un cargo que desempeñó hasta su muerte en 1974. Su vida se truncó trágicamente a los 49 años en Tel Aviv, en un accidente doméstico, pero su influencia perdura en la literatura y el pensamiento mexicano.

La mañana del 8 de agosto de 1974, la Ciudad de México amaneció envuelta en un silencio inusual, como si la urbe misma supiera que había perdido una de sus voces más valiosas.

La noticia del fallecimiento de Rosario Castellanos, ocurrido un día antes en Tel Aviv, había recorrido los pasillos de las redacciones de los periódicos, las universidades y los cafés literarios con una rapidez que solo el luto puede explicar. El mundo de las letras mexicanas, así como los movimientos feministas y los círculos académicos, estaban en shock.

El cuerpo de Castellanos, traído de Israel con el respeto y la solemnidad que merecía, llegó al Palacio de Bellas Artes, ese majestuoso recinto que ha sido testigo de tantas despedidas de las grandes figuras del arte y la cultura de México. Ahí, en el corazón de la ciudad, se colocó la urna que contenía los restos de la escritora, rodeada de flores blancas que contrastaban con el mármol frío del lugar.

Desde temprano, una procesión constante de personas se acercó para rendir homenaje a la autora que con su pluma había dado voz a los silenciados. Mujeres jóvenes depositaban rosas y velas junto a la urna. Académicos y escritores murmuraban en voz baja, intercambiando palabras que no lograban llenar el vacío que dejaba su ausencia.

Entre los asistentes, se encontraban figuras destacadas de la vida cultural y política de México. Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Poniatowska y Juan Rulfo, entre otros, estuvieron presentes, cada uno con el rostro marcado por la tristeza. Se abrazaban entre sí, compartiendo el dolor que solo quienes han perdido a una colega y amiga pueden comprender.

Elena Poniatowska fue una de las primeras en tomar la palabra, su voz temblorosa pero firme. "Hoy despedimos a una mujer que transformó nuestras letras, que nos mostró la fuerza de la palabra escrita para cambiar el mundo. Rosario no está, pero su voz seguirá viva, resonando en cada lucha por la justicia, en cada palabra que se escriba con honestidad y compromiso".

Carlos Monsiváis, con su característica ironía, recordó los momentos compartidos con Rosario, pintando con sus palabras la imagen de una mujer de inteligencia aguda y sensibilidad profunda. "Rosario, con su mirada crítica, supo ver más allá de las apariencias, desentrañar las verdades incómodas que otros preferían ignorar. Su partida es una pérdida irreparable, pero su obra nos deja el consuelo de una herencia literaria que no conocerá el olvido".

El clímax emocional llegó cuando se escucharon las palabras de su amiga cercana, Dolores Castro, quien recitó en su honor uno de los poemas más íntimos de Rosario, "Lívida luz". Su voz se quebró al final, reflejando el dolor compartido por todos los presentes. La poesía de Castellanos, tan personal y a la vez universal, parecía resonar más fuerte que nunca en ese recinto.

Lívida luz

Lívida luz, este día de invierno,

que oscila entre la niebla y la llovizna,

y donde nada es firme sino el hielo.

Hablo porque soy mudo,

porque gritar es forma del silencio,

y me sé condenado a esta labor.

Hablo para el abismo,

para la sombra,

para las olas ciegas que levantan

su tabique de piedra en mi garganta.

Mejor sería el odio,

el pecho devastado,

la ofrenda de mi orgullo en las alturas.

Pero esta mansedumbre,

esta raíz atada al sitio en donde

nací como la yerba que no arranca,

y esta quietud de espera,

me hunden más en el frío,

en el letargo del desasosiego.

Y no sé si el espejo me devuelve

mi imagen o es la cal de mi mortaja,

y me recuesto para abrir los brazos

y abrazar en un cuerpo mi destino.

Lívida luz, este día de invierno,

que oscila entre la niebla y la llovizna.

Habla por mí,

pronuncia las sílabas iniciales del fuego,

antes de que la nieve las apague.

El ambiente estaba cargado de un luto palpable, pero también de admiración. Una admiración que se manifestaba en las miradas reverentes de aquellos que se acercaban a rendir tributo. Castellanos no solo había sido una escritora prolífica y una embajadora de México en el extranjero, sino también una defensora incansable de los derechos de las mujeres y los pueblos indígenas. Su legado iba más allá de las páginas de sus libros; había tocado las vidas de quienes luchaban por la justicia social.

En un rincón, una anciana indígena de Chiapas, vestida con un rebozo colorido, rezaba en tzotzil, la lengua que Castellanos había aprendido y respetado en su juventud. La presencia de esta mujer, solitaria y callada representaba el puente que Rosario había tendido entre las culturas, uniendo mundos que muchos consideraban distantes.

El homenaje culminó con palabras de quienes mejor la conocieron. Jaime Sabines, poeta y amigo cercano, tomó la palabra con la voz entrecortada: “Rosario nos enseñó a mirar el mundo con ojos de mujer, con ojos de justicia. Hoy nos deja un vacío que solo sus palabras podrán llenar. Pero esas palabras quedan con nosotros, eternas, como ella”.

La ceremonia concluyó cuando la urna se retiró para su traslado al Panteón Civil de Dolores, donde Rosario Castellanos descansaría para siempre. Afuera, el cielo nublado de agosto parecía acompañar el duelo. La multitud se dispersó lentamente, llevando consigo el peso de la pérdida, pero también la responsabilidad de mantener vivo el legado de una mujer que cambió para siempre el rostro de la literatura mexicana.

El funeral de Rosario Castellanos fue más que una despedida; fue un recordatorio de la fuerza de su voz, una voz que, aunque acallada por la muerte, sigue resonando en cada rincón de la cultura y el pensamiento de México. Y así, en medio del dolor, el eco de sus palabras nos invita a seguir adelante, a continuar la lucha que ella inició, porque como ella misma escribió: “El mundo se sostiene en el diálogo, en la palabra que nos une a todos”.

Rosario Castellanos dejó un legado que trasciende su época. A 50 años de su fallecimiento, su obra continúa siendo un referente esencial en la literatura mexicana y en la lucha por la igualdad de género. Recordarla es mantener viva una voz que sigue resonando en las conciencias de quienes luchan por un mundo más justo y equitativo.

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