TIEMPO Y REALIDAD REVISTA LOGIA

TIEMPO Y REALIDAD

Por Gerardo Aguilar

El tiempo es la prueba más contundente que tenemos, la prueba más a la vista, más pegada a las narices, de que el mundo en que vivimos es simulado. Con simulación entendamos también una ilusión, un sistema, un programa, un estadio finito. Solo en un estadio finito tendría sentido el tiempo. Es más, sería una condición dada, fortuita, necesaria en tanto que lo finito tiene un principio y un fin. Todo lo que se haya entre el principio y el fin es temporal. Por eso Dios, que es eterno, es el Alfa y el Omega. En la eternidad el tiempo no tiene sentido. El tiempo sólo puede existir, indudablemente, dentro de un estadio mayor de tiempo. Siendo así, tendríamos un sistema dentro de otro sistema. Para alcanzar el estadio ‘real’ deberíamos alcanzar la eternidad, el único lugar donde cabrían todas las simulaciones que encierran más simulaciones, hasta el infinito.

Por lo anteriormente expuesto diríamos que la materia no se crea ni se destruye, sino que culmina en tiempo. Nuestra existencia carnal, por tanto, es temporal, y con ello, ilusoria. No sabría decir si el alma es eterna, si es verdad que dentro del cuerpo, en sentido figurado, anida algo eterno, o más duradero que el cuerpo. Algunos dirían que el recuerdo es más duradero que el cuerpo, y efectivamente, un recuerdo es un dato más duradero que el cuerpo, que se asienta en un estadio más duradero que el cuerpo: el pensamiento o idea. Pero una idea debe su existencia, a su vez, a una sucesión de tiempos aislados pero conjugados que son la memoria de cada uno de los individuos que recuerdan, y con ello confirman y generan la existencia mental de una idea por un periodo más largo que el subsistema de un solo individuo. Será más amplio el lapso que recordaremos a Beethoven, que el que recordaremos a nuestros abuelos.

La pregunta sería si es posible que un ente temporal logre trascender al estadio de lo eterno. ¿Existe una correlación entre lo ‘real’ o eterno y lo temporal o ilusorio? Las religiones y las doctrinas filosóficas de orden esotérico afirman ambas preguntas, pero ninguna ha podido comprobar positivamente que esto sea cierto. A lo más que un hombre puede llegar respecto a pensar que es verdad, es a la fe y la esperanza. Ni siquiera las corrientes budistas pueden asegurar un camino a la iluminación o estado de eternidad. Si bien hay una suerte de métodos, como el camino óctuple de Gautama Buda, seguirlo no garantiza nada. El mismo Buda dijo que no hay camino para uno que sea igual para otro (1). Cada quien debe encontrar su camino a la inmortalidad. Si bien las religiones y doctrinas no saben cómo hacerlo, sí saben, o creen saber, cómo no hacerlo. Por ejemplo, toda religión y doctrina posee una serie de liturgias y normas de conducta que se basan en la negación de ciertos actos, más que en la afirmación de otros. Desde no comer cerdo, hasta no fornicar o no comunicar palabras secretas, se establece todo aquello que no debemos hacer si queremos ser eternos.

Otra forma de verlo es imaginar un círculo (o esfera) cuyo perímetro es el tiempo, y cuya área es el mundo fenoménico. Este círculo, sin embargo, podría estar dentro de otro círculo cuyo perímetro sea una dimensión superior a la materia y cuya área fuese el mundo metafísico. Dicha dimensión, aunque superior, sería también finita, aunque mayor, que la del mundo material. Así, podríamos imaginar a un círculo dentro de otro círculo… hasta el infinito, hasta el momento que, si esto es posible, se llegue a atravesar al área de un círculo cuyo perímetro sea Dios y su área las infinitas formas de manifestación divina, hasta la terrenal. Spinoza tendría razón al decir que la única sustancia es Dios, en tanto que todo está contenido en Dios y todo es fractal de Dios. ¿Pero cómo podemos estar seguros de ello?, preguntaría Descartes. ¿Cómo podríamos no ser confundidos por el algoritmo de un sistema finito cuya función fuese confundirnos (en palabras de Descartes, un demonio)?(2) Lo que es seguro, es que dudo, y por tanto que dudo, existo. Entonces, y disculpen que lo involucre, intervendría Chomsky:

“El hecho de que el entendimiento sea el producto de las leyes naturales no implica que esté equipado para entender esas leyes o para alcanzarlas por ‘abducción’. No habría ninguna dificultad en diseñar un ingenio (programar un computador) que sería un producto de la ley natural y que, sin embargo, a partir de los datos que se le proporcionasen llegara a cualquier teoría arbitraria y absurda destinada a ‘explicar’ dichos datos.” (3)

Así, tendríamos a un Descartes desconsolado y reducido al algoritmo de un individuo pensante de un sistema dado cuya función es la de dudar, pero que no por ello pudiera “…llegar a cualquier teoría arbitraria o absurda destinada a explicar…” sus dudas. La única salida a esto es la de Spinoza. La de aceptar que el individuo pensante es una manifestación más de Dios, como lo son las plantas y las cosas y todo lo que hay más allá del círculo cuasi infinito que llamamos cosmos.

Otra cualidad de lo simulado, al menos en la dimensión tridimensional y dual en que habitamos, es que percibimos únicamente dos manifestaciones de Dios. La res pensante y la res materia (4). Todo objeto se manifiesta en materia y pensamiento. Es como si el hombre (pero también todo lo demás) coexistiera en dos circunferencias a la vez, y aspirara a una tercera. El hombre (y todas las cosas) se expresa en materia e idea, y aspira a la inmortalidad. Todo lo finito aspira a lo infinito, como todo lo relativo a lo absoluto, todo lo mortal a lo inmortal y todo lo perfectible a lo perfecto. Es como un paso evolutivo de aquello que podríamos llamar existencia, que se abre camino desde el círculo más bajo hasta el más alto trascendiendo de circunferencia en circunferencia.

Lo romántico de Spinoza es que pensar así es conceder que todo a mi alrededor es la sustancia de Dios. Esto implica una ética que involucra todo nivel de existencia. Desde la piedra hasta la idea. No sé si esto sea posible o utópico, pero seguro nos llevaría a un trato menos destructivo con nuestro entorno, desde la naturaleza hasta nuestros congéneres. La pregunta que surge es, ¿qué hace el hombre ético con sus instintos naturales? Quiero recalcar ‘naturales’ porque la ética de Spinoza, y cualquier ética, es, esencialmente, contranatura. Esto es Luciferismo. Esto es el fuego robado a los dioses.

La razón no es un algoritmo lógico del sistema, sino lo contrario; es un puente, un salvoconducto entre el área de un círculo (lo que llamamos naturaleza, la naturaleza de dicho circulo) y el área de otro, traspasando el perímetro de los límites de un estadio de existencia menor a uno mayor.

Podemos dudar, y por tanto sabemos que existimos. La duda es la cuerda por la que escalamos los círculos de existencia finita, desde lo corporal y mental, hasta lo eterno. El razonamiento es la luz que guía la escalada, y la inteligencia la fuerza con que asimos la cuerda.

¿Sería posible que un conjunto de datos que dan como resultado la manifestación virtual de un ser temporal, finito, relativo, denominado unidad y visualizado en pantalla como el individuo de una especie tal, logre descubrir que él es positivamente virtual? En menos palabras: ¿podríamos darnos cuenta si somos simulados, de que lo somos? ¿No es el hombre una manifestación virtual de un sistema complejísimo al que va desvelando la razón mediante? ¿Y no sería, pensando así, que la razón es ajena al sistema, un fallo, una anomalía, una contraseña robada a los programadores? Quizá estamos imaginando demasiado, pero como escribió Chomsky, “De hecho, los procesos mediante los cuales el entendimiento humano alcanzó el estadio actual de complejidad y su forma particular de organización innata son un misterio total.” (5) ¿Lograremos algún día, como humanidad, trascender a un círculo mayor y más amplio en todo sentido de existencia? La duda es el principio de la curiosidad, y la curiosidad es el principio del movimiento.

Movimiento es la constante. La evolución es movimiento perpetuo. Todo aquello que se mueve está en concordancia con la temporalidad y la impermanencia de las cosas. Es como si el hombre estuviese en un río que corre y cuya desembocadura es Dios, el mar, lo eterno, absoluto, lo más grande, donde los escollos de la corriente se culminan en paz. Detenerse en el río es como retroceder porque todo corre y uno se queda.

¿Realmente basta moverse para salir? Al menos la Teosofía diría que sí. Al menos, diría, es lo mínimo: no estancarse. Con no estancarse, es decir, con fluir o moverse, se garantiza avance. La corriente por sí sola nos arroja al mar. Pero son más las corrientes de pensamiento que consideran que además se puede nadar, ir más rápido. No como un atajo o una facilidad, sino como un esfuerzo que nos adelanta. Para ello se han propuesto desde el s. V a. C. una gran variedad de prácticas ascéticas y filosofías que buscan la transformación del sujeto que las practica. A todo ello se le denomina practica espiritual. Aquella que busca la trascendencia como un fin. ¿Estamos hablando que una serie de prácticas pueden hacer que uno salga de la simulación? Para ello, deberíamos no ser una simulación. Una parte de nosotros, al menos, debería ser real. La parte que llamamos alma. Digamos un ser real que se sumergió en la simulación mediante un proceso que olvidamos o desconocemos. Como si uno entrara a una realidad virtual y se olvidara que habita en ella. ¿Cómo despertar?

Hasta ahora hemos imaginado un círculo dentro de otro círculo y hemos trazado un camino imaginario de expansión. Abarcar cada vez más y más circunferencias. Pero hemos visto también que este esfuerzo es infinito, o así lo parece. Hasta el último perímetro que es Dios. ¿Y si imaginamos el camino inverso, no de expansión sino de contracción? Quizá, si en vez de expandir mi ser, en ese momento en que ya no puede expandirse más, me contrajera hacia el centro de la circunferencia… quizá, allí, en ese centro se halle el salvoconducto definitivo. Entonces, la meditación y ciertas prácticas ascéticas cobrarían sentido. El movimiento, ese fluir indispensable, se semejaría a un movimiento doble, a un movimiento respiratorio de contracción (inhalara) y expansión (exhalar). Llenar los pulmones de todo el aire que podamos recoger y expulsar todo el aire que podamos expulsar podría ser la manifestación corporal de una ida: la de abarcar con el pensamiento todo el infinito que podamos imaginar, y luego contraer el pensamiento hasta el centro más profundo de nuestro ser al que podamos llegar. Cuerpo y mente en armonía.

Se nos facilita más encontrar un tope o límite hacia lo pequeño, y es quizá hacia la humildad de lo infinitamente te reducido donde se encuentra el centro y el salvoconducto a un círculo superior, porque todo es variedad de grado. Lo más grande llega a ser lo más pequeño y “los últimos serán los primeros” (6).

(1) Edward J. Thomas. La vida de Buda. Introducción. Pp. 11-22. Ed. Lectorum

(2) René Descartes. En el Discurso del método.

(3) Noam Chomsky. El lenguaje y el entendimiento. Or. 1968 Ed. Planeta-Agostini 1992. P. 160

(4) René Descartes. En el Discurso del método.

(5) Noam Chomsky. El lenguaje y el entendimiento. Or. 1968 Ed. Planeta-Agostini 1992. Pp. 29 y 30

(6) Mateo 20 : 16