Presencia femenina en la Biblioteca Cervantina
El estudio de la cultura escrita novohispana ha privilegiado tradicionalmente a autores, impresores, censores e instituciones, invisibilizando en gran medida la diversidad de experiencias femeninas en torno al libro. Sin embargo, un examen atento de los fondos documentales revela que las mujeres también participaron activamente en este universo, aunque de modos distintos y condicionados por las estructuras sociales y culturales de su época. Su presencia se manifestó en múltiples niveles: como receptoras de dedicatorias, como autoras de tratados espirituales, poesía o manuales, y como productoras en talleres tipográficos que aseguraron la continuidad material de la palabra impresa. Mujeres de tinta y papel. Presencia femenina en la Biblioteca Cervantina busca reconocer y visibilizar estos múltiples vínculos, recuperando una historia compleja en la que las mujeres también fueron protagonistas.
La muestra se organiza en tres núcleos temáticos. El primero, Las destinatarias, explora la figura femenina como receptora de la palabra escrita. Las dedicatorias y manuales espirituales muestran cómo monjas, nobles, virreinas o reinas fueron inscritas en el libro como modelos de virtud, agentes de mecenazgo o referentes colectivos. El segundo, Las creadoras, se centra en las mujeres que escribieron y, en algunos casos, publicaron, a pesar de que su acceso a la imprenta fue limitado y mediado por contextos conventuales, apoyos institucionales o vínculos familiares. Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Jesús, María de la Antigua o las jóvenes del Convento de la Enseñanza son ejemplos de autoras que trascendieron el silencio y consolidaron una tradición de escritura femenina. El tercer núcleo, Las productoras, ilumina la labor de impresoras y editoras, muchas de ellas viudas que asumieron la gestión de talleres, garantizando la transmisión de saberes y la continuidad de la imprenta en distintas ciudades novohispanas.
Este recorrido pone de manifiesto que la relación de las mujeres con los libros no fue marginal, sino estructural: aunque enfrentaron restricciones educativas y sociales, dejaron testimonio de su agencia en formas diversas y duraderas. Sus huellas revelan un mapa complejo donde la espiritualidad, la pedagogía, la literatura y la técnica confluyeron en prácticas femeninas que transformaron la cultura escrita de su tiempo.
Más allá de rescatar nombres o casos excepcionales, esta exposición invita a reflexionar sobre la materialidad del libro como espacio de inscripción femenina. Cada ejemplar conservado en la Biblioteca Cervantina nos recuerda que la historia del libro no puede entenderse únicamente como un relato masculino; requiere considerar también los silencios, mediaciones y aportes de las mujeres que, con estrategias propias, se insertaron en los circuitos de la producción y circulación escrita. Mujeres de tinta y papel propone, en suma, una lectura crítica y sugerente que enriquece nuestra comprensión del pasado cultural y abre nuevas rutas para pensar la memoria impresa desde una perspectiva integradora.
Marina Garone Gravier | Elizabeth Treviño Seminario Mujeres y Estudios del Libro, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM
El universo de la cultura escrita novohispana no sólo se configuró a partir de autores, impresores o censores, sino también mediante aquellas mujeres a quienes los libros se dirigieron explícitamente. Este núcleo temático, titulado Las destinatarias, se centra en figuras femeninas que recibieron dedicatorias, manuales o tratados espirituales y que, al hacerlo, fueron inscritas simbólicamente en las páginas de la historia. La dedicatoria, lejos de ser un simple gesto retórico, operó como un espacio de reconocimiento y negociación de poder: hizo visibles a mujeres concretas —monjas, nobles, virreinas o reinas— que, por su posición social, su autoridad espiritual o su prestigio cultural, se convirtieron en destinatarias privilegiadas de la palabra escrita.
En la Biblioteca Cervantina se conservan obras que revelan la diversidad de estos vínculos. Algunas piezas están dedicadas a mujeres enclaustradas que encarnaron un ideal de santidad, como sor Sebastiana Josefa de la Santísima Trinidad y madre Antonia de San Jacinto, cuyas vidas de penitencia y mística corporal fueron recogidas en hagiografías que las elevaron como modelos de virtud. Otras tuvieron como receptoras a comunidades enteras, como las religiosas del Convento Real de Jesús María, cuyo estatuto colectivo quedó fijado en manuales de disciplina y oración. También se encuentran nobles laicas, como Mencía de Requesens Zúñiga y Gralla, virreina de Nápoles, y María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, virreina de la Nueva España y mecenas de sor Juana, cuya centralidad en la vida cortesana se reflejó en tratados y celebraciones impresas. Finalmente, aparecen figuras de dimensión europea, como María Bárbara de Braganza, reina consorte de España, recordada por su impulso a la educación femenina, y santa Juana Francisca de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación, cuyo Examen de conciencia trascendió fronteras y siglos.
A través de estos libros, las destinatarias no sólo recibieron un homenaje escrito: se convirtieron en nodos de memoria, autoridad y legitimidad dentro de la cultura impresa. Sus nombres y biografías revelan cómo las mujeres, en distintos contextos y con diversas motivaciones, ocuparon un lugar fundamental en la circulación de los textos. Este apartado invita a reflexionar sobre el papel de las destinatarias como parte activa del proceso editorial virreinal y a reconocer que, gracias a su presencia, los libros fueron también espacios de inscripción femenina.
Destinataria: Sor Sebastiana Josefa de la Santísima Trinidad
Esta hagiografía, escrita por el Franciscano Joseph Eugenio Valdés, relata la ferviente religiosidad y el camino místico de sor Sebastiana Josefa de la Santísima Trinidad, monja profesa en el convento de Señoras Religiosas Clarisas de San Juan, quien desde una temprana edad sintió el llamado divino. El silencio y el castigo corporal fueron los caminos que sor Sebastiana eligió para acercarse a Dios, y así experimentó visiones y martirios, los cuales, junto con su extrema religiosidad, le valieron el título de venerable.
Presentación general de la obra
La Vida admirable, y penitente de la V. M. Sor Sebastiana Josepha de la SS. Trinidad es una hagiografía escrita por el franciscano Joseph Eugenio Valdés e impresa en la Biblioteca Mexicana en 1765, a seis años del fallecimiento de sor Sebastiana. El texto consta de 396 páginas, está dividido en dos libros que cuentan la vida de la venerable. El libro I cuenta con dieciocho capítulos que abarcan desde su nacimiento hasta las preparaciones necesarias para que tomara el hábito en el convento de San Juan de la Penitencia, en la Ciudad de México. Por otra parte, el libro II consta de treinta capítulos que van de su profesión en el convento a su muerte y posterior funeral.
Sor Sebastiana Josefa de la Santísima Trinidad
(1709-1757)
Fue una monja novohispana que, a pesar de enfrentar una inmensa adversidad, logró construir una vida espiritual autónoma, intensa y profundamente simbólica. Su legado está vinculado tanto a la historia de la mística en la Nueva España como a la compleja relación entre la escritura femenina, la obediencia y la resistencia, así como el deseo de trascender.
Sor Sebastiana nació el 19 de enero de 1709 en la Ciudad de México. Hija de una familia de buena reputación, pero de escasos recursos, creció en un entorno donde la religiosidad marcaba profundamente las aspiraciones femeninas. Desde niña mostró un profundo rechazo al mundo exterior, pues no le gustaba ser vista y usaba un rebozo oscuro para ocultar su rostro, un gesto que los cronistas interpretaron como presagio de su futuro claustral. Su temprana espiritualidad, cultivada en un entorno marcado por la devoción, fue reforzada por el predicador franciscano fray Antonio Margil de Jesús, quien fue su primer confesor.
A los doce años ingresó al colegio de San Miguel de Belén, conocido como “de las mochas”, en donde, además de formación religiosa, recibió instrucción básica en lectura, escritura y labores. Allí comenzó una lucha interior marcada por su extrema timidez y por el miedo al juicio de sus compañeras. Este rasgo la acompañaría toda su vida y se convirtió en una prueba espiritual constante. Aunque le resultaba profundamente incómodo expresarse, con el paso del tiempo comenzó a escribir cartas de contenido espiritual, obedeciendo a sus confesores y dejando testimonio de una vocación forjada en el silencio interior y la expresión religiosa.
Su camino al convento fue difícil. A pesar de tener una firme vocación, no contaba con la dote necesaria para profesar, así que intentó ingresar al convento de Corpus Christi, fundado para mujeres indígenas cacicas, pero fue rechazada junto a otras novicias españolas por cuestiones étnicas y de estatus social. Finalmente, tras reunir con mucho esfuerzo la dote necesaria, logró entrar al convento de San Juan de la Penitencia, dónde profesó como clarisa a los treinta y siete años.
Una vez enclaustrada, Sor Sebastiana llevó una vida de mortificación extrema. Practicaba penitencias intensas con cilicios, accesorios diseñados para causar dolor e incomodidad en quien los utiliza, así como ayunos estrictos y oraciones en posiciones dolorosas. El dolor corporal fue su medio para acercarse a Dios. De este modo, llegó a tener visiones y desarrolló una intensa mística corporal. En dichas experiencias, veía a Cristo crucificado hablándole por las llagas, o a la Virgen abrazándola en momentos de desolación.
De igual manera, la lucha contra el demonio ocuparía también un lugar central en su vida espiritual. En sus cartas relata diversos ataques demoníacos que le provocaban intensos sufrimientos físicos. El más desgarrador que tuvo consistió en una visión en la que el demonio la abrazaba con tal fuerza que le pareció que le reventaba el cuerpo. Estas experiencias eran interpretadas por su confesor como prueba de su santidad y entrega absoluta a Dios.
Sor Sebastiana murió en 1757, sin grandes funerales, pero con fama de santidad que la Iglesia no oficializó. Su vida fue recogida por el padre Joseph Eugenio Valdés, quien la presentó como ejemplo de virtud y modelo para las futuras generaciones, aunque se convirtió en la imagen misma de lo que la época barroca solía hacer con el espíritu femenino: callarlo en público para elevarlo como ofrenda. Sin embargo, lo que en la actualidad resulta importante de sor Sebastiana, sobre todo, es la persistencia de una mujer que, aunque limitada por el mundo que la rodeaba, logró trazar su propio y trascendente camino.
La Distribución de las obras ordinarias y extraordinarias del día… es una obra escrita por el padre confesor jesuita Antonio Núñez de Miranda; compuesta por doce máximas y diez capítulos con ejercicios religiosos diarios, la obra fungió como una guía para que las religiosas del Convento Real de Jesús María practicaran su espiritual de la manera más idónea. El Convento Real, fundado en 1578 para mujeres nobles de la Nueva España, fue un lugar de reclusión y espiritualidad, pero también un importante espacio de gestión y agencia femenina dentro del mundo clerical. Las religiosas del Convento Real se asumieron como una entidad colectiva y aprovecharon sus posiciones privilegiadas, sus vínculos con el poder y la educación que recibieron en el convento para ejercer su autonomía.
Presentación general de la obra
La Distribución de las obras ordinarias y extraordinarias del día, del padre jesuita Antonio Núñez de Miranda, literato, teólogo y confesor novohispano, es una obra escrita para las religiosas del Convento Real de Jesús María y tuvo el propósito de servir como guía para que éstas practicaran su espiritualidad de la manera idónea. La obra consta de dos secciones: las doce máximas, que profundizan en el tema del pecado, la perfección religiosa y los defectos y virtudes; y diez capítulos con ejercicios religiosos diarios para que las monjas lleven a cabo.
Convento Real de Jesús María
(1578 - 1863)
Las religiosas que lo habitaron fueron un conjunto de mujeres, provenientes en su mayoría de linajes nobiliarios, que eligieron la vida monástica no sólo como una forma de retiro espiritual, sino también como una estrategia de agencia en una sociedad que les ofrecía pocas rutas de autonomía. En ese sentido, las religiosas del Convento Real pueden considerarse como una entidad colectiva que a lo largo del tiempo articuló identidad, poder, producción cultural y acción simbólica.
Fundado en 1578, exclusivamente para mujeres de linaje noble, el convento de Jesús María se convirtió en un espacio profundamente marcado por las tensiones entre el retiro espiritual y el privilegio social. Las religiosas que allí ingresaban llevaban consigo apellidos de abolengo, redes familiares influyentes y un peso simbólico que las situaba dentro y fuera del mundo secular. Esta doble presencia fue una de sus principales características, por lo que, aunque su vocación era la clausura, su influencia tanto espiritual como literaria y social se proyectó más allá de los muros del convento.
Estas mujeres llevaron una rigurosa vida religiosa, y a la par se ocuparon de todo tipo de tareas: administraban los bienes, gestionaban correspondencias, redactaban crónicas, escribían poesía y mantenían una red de comunicación con el mundo exterior. De modo que la vida conventual no fue para ellas un encierro pasivo, sino un espacio en el que reelaboraron los vínculos entre género, poder y fe. Por tanto, su labor fue espiritual, educativa, económica y política. A través de la oración y la contemplación, pero también mediante la escritura, la diplomacia y la práctica cotidiana del control interno, llegaron a constituir un cuerpo colectivo con agencia en la sociedad virreinal.
De este modo, durante los siglos XVII y XVIII, las señoras religiosas del Convento Real destacaron por su papel como guardianas de la memoria de la élite novohispana, pues albergaron las biografías de distintos linajes, preservaron tradiciones familiares y se convirtieron en referentes de autoridad espiritual para las nuevas generaciones de mujeres aristócratas. Su formación incluía lectura, música, latín, teología, así como conocimientos administrativos; por lo tanto, el convento fungía como una escuela para la alta cultura femenina, un lugar en el que se transmitían los saberes que en el mundo exterior todavía se les negaba a las mujeres.
Su relación con el poder no fue únicamente simbólica, ya que las religiosas mantuvieron vínculos estrechos con la corte virreinal y el alto clero, lo que las hizo acreedoras de dotes cuantiosas y donaciones patrimoniales. En ese sentido, el convento no sólo fue una institución espiritual, sino que también se convirtió en un nodo estratégico de la economía de la nobleza criolla. De este modo, a lo largo de los años las religiosas de Jesús María pudieron resistir reformas, controversias y conflictos; incluso llegaron a defenderse legalmente mediante la escritura de memoriales y la negociación con prelados y virreyes, por lo que fueron interlocutoras activas y estrategas en el juego del poder eclesiástico. Supieron cuidar, reformar y justificar sus espacios, al tiempo que cultivaron un modo de vida que, si bien estaba basado en la clausura, proyectaba un forma compleja y profunda de poder femenino. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, en 1861 fueron forzadas a abandonar el convento, y en 1863 éste cerró sus puertas.
Las señoras religiosas del convento de Jesús María no fueron meras espectadoras de la historia, sino protagonistas de una forma de vida colectiva que transformó la espiritualidad en resistencia y el retiro en un modo de estar presente en el mundo. Su historia colectiva encarna las tensiones y posibilidades de la vida femenina en la Nueva España. Hijas de nobles, hermanas de duques, nietas de virreyes, condesas y marquesas renunciaron a sus apellidos ilustres, sus posibles herencias y su vida social para entrar al Convento Real, y no lo hicieron por imposición, sino por la convicción de que la vida espiritual podía ser también un acto de soberanía.
Destinataria: Mencía de Requesens Zúñiga y Gralla
La Primera parte de la silva espiritual, escrita por el franciscano Antonio Álvarez para brindar entretenimiento alejado de cualquier vicio a las almas cristianas, está dedicada a Mencía de Requesens Zúñiga y Gralla, quien fue virreina de Nápoles y una de las figuras nobiliarias femeninas más destacadas de su época. Gracias a su inteligencia y temple, Mencía pudo mantener su autonomía y toma de decisión mientras cumplía con las exigencias de la corte, dominada por hombres.
Presentación general de la obra
La Primera parte de la silva espiritual: de varias consideraciones, para entretenimiento del alma cristiana fue escrita por el fray Antonio Álvarez, predicador de la orden franciscana, con el propósito de brindar a los cristianos un divertimento alejado de los vicios de la época que Álvarez denunciaba: las coplas con contenido lascivo, las comedias peligrosas, la falta de moderación y de recato. Así, en las cerca de novecientas páginas que lo conforman, Álvarez expone diversas consideraciones que los cristianos deben tener en cuenta en las fechas importantes para la Iglesia.
Mencía de Requesens Zuñiga y Gralla
(1557-1618)
Marquesa de los Vélez, condesa-duquesa de Benavente y virreina de Nápoles de 1603 a 1610, a quien Álvarez escribe una dedicatoria donde alaba sus valores y virtudes cristianas. Nacida en Barcelona, en el seno de una de las casas nobiliarias más influyentes del Mediterráneo, Mencía de Requesens fue la hija del comendador mayor de Castilla, Luis de Requesens y de Jerónima Gralla. A los quince años la comprometieron con Pedro Fajardo, marqués de los Vélez, como parte de una maniobra diplomática entre poderosas casas. Su juventud estuvo marcada por la distancia, ya que su esposo fue enviado inmediatamente a misiones diplomáticas y su padre a campañas militares. En ese contexto, Mencía creció en un mundo dominado por mujeres, bajo la tutela de su madre, lo que dejó una profunda huella en su carácter, una mezcla de firmeza, recato, profunda religiosidad y resiliencia a los embates de la vida.
En 1575 pudo consumar su matrimonio con Pedro Fajardo y durante el mismo año se convirtió en madre. En los años posteriores, murieron su padre, su hermano Juan de Requesens y su esposo; estos acontecimientos, en conjunto con las pérdidas de embarazos que sufrió, la hicieron sumirse en una melancolía persistente. Se replegó del bullicio cortesano para refugiarse en su casa, la fe y la cercanía con su hijo, al que se negó a entregar a sus suegros a pesar de las presiones sociales y familiares. De modo que, viuda a los veintiún años, con un hijo pequeño y una fortuna considerable, Mencía tuvo que negociar su posición dentro de una red nobiliaria que no concebía que una mujer tuviera agencia propia.
Gracias a su temple, pudo conservar la tutela de su hijo, administrar su herencia y mantener la autonomía sobre sus decisiones, lo que derivó en un prolongado pleito con la familia política, resuelto a su favor por el rey. Durante toda su vida, Mencía demostró determinación y capacidad de gestión dentro de un sistema patriarcal y jerárquico; no lo hizo por medio de una confrontación directa, sino con astucia, diplomacia y una firme defensa de su rol como madre y señora de su casa. En 1581 contrajo segundas nupcias con Juan Alfonso Pimentel Enríquez, VII conde y V duque de Benavente, una de las grandes fortunas del reino. Con él tuvo una numerosa descendencia y consolidó su poder como dama de linaje catalán y castellano.
A lo largo de su vida, Mencía cultivó una religiosidad intensa, apoyó a los jesuitas y franciscanos, mostró un gusto artístico refinado, patrocinó la realización de obras y fue coleccionista de reliquias. De este modo, cuando acompañó a su esposo al virreinato de Nápoles, llevó consigo no solo su linaje, sino, sobre todo, una sensibilidad barroca que se reflejaba en cada gesto. Encargó órganos para capillas, promovió la circulación de reliquias, coleccionó imágenes y cuerpos santos, y ejerció tanto un rol de madre como de curadora, mecenas y guía espiritual. Roma y Nápoles la reconocieron como interlocutora, el papado le envió reliquias y los predicadores le dedicaron tratados; Mencía manejó todo con la misma devoción y silencio con el que había criado a su hijo primogénito en tiempos de conflicto.
En su vejez regresó a Castilla, donde fundó un suntuoso oratorio en su palacio, y murió en 1618. Su historia, como la de muchas de las grandes mujeres de su época, no fue declamada en las plazas ni esculpida en mármol, pero quedó inscrita en los márgenes de la historia, anotada en las cartas que firmó, en los hijos que educó, en los espacios que modeló. Mencía de Requesens fue una mujer que, desde su posición privilegiada, supo ejercer poder a través de la intimidad de su rol como figura materna, demostrando una notable capacidad para adaptarse a las complejas exigencias de la vida nobiliaria.
Destinataria: María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga
Festín plausible, escrito por el bachiller Joseph de la Barrera Varaona, es un texto dedicado a la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, con motivo de su alegre recibimiento en el convento de Santa Clara. María Luisa, famosa por la relación platónica y de mecenazgo que tuvo con sor Juana Inés de la Cruz, fue una de las figuras femeninas más destacadas en el virreinato de la Nueva España. Interesada en la cultura y en difundir la literatura novohispana en la península, fungió como puente intelectual entre estos dos territorios.
Presentación general de la obra
Festín plausible, del bachiller Joseph de la Barrera Varaona, es un libro publicado en 1681, impreso por Juan de Ribera y dedicado a la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga (1649-1721), con motivo de su ceremonia de bienvenida en el convento de Santa Clara, mismo tema sobre el que Joseph de la Barrera escribe en esta breve obra. El autor versa sobre el esmero que las monjas pusieron en la ceremonia y relata el baile de presentación, las intervenciones musicales y los debates simbólicos llevados a cabo en la ceremonia dedicada a la virreina.
María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga
(1649-1721)
Marquesa de la Laguna y XI condesa de Paredes de Nava, fue virreina de la Nueva España de 1680 a 1686. En la actualidad es recordada especialmente por la amistad que sostuvo con la monja jerónima sor Juana Inés de la Cruz, una de las figuras literarias más importantes de América y del mundo hispánico, que desafío las limitaciones impuestas en su época al conocimiento y la palabra femenina. Entre ellas nació un vínculo entrañable que convirtió a María Luisa en confidente y mecenas de Sor Juana, en quien reconoció una inteligencia prodigiosa y una sensibilidad única.
Sin embargo, más allá de esta notable relación, María Luisa fue una de las figuras femeninas más relevantes del virreinato de la Nueva España. Nacida en 1964 en el seno de una de las familias nobiliarias más influyentes de Europa, su vida estuvo marcada por la política y la cultura del Siglo de Oro español, así como por una profunda sensibilidad por el arte y el pensamiento. Hija de Vespasio Gonzaga, duque de Guastalla, e Inés Manrique de Lara, condesa de Paredes de Nava, María Luisa heredó la tradición intelectual de la literatura española, pues era descendiente de poetas como Jorge Manrique y el marqués de Santillana.
En 1680, Tomás Antonio Manuel de la Cerda y Enríquez, III marqués de la Laguna y esposo de María Luisa, fue nombrado virrey de la Nueva España. Durante su periodo como virreina, María Luisa participó activamente en la vida social, religiosa y cultural de la capital novohispana, por lo que no fue solamente una figura decorativa de la corte, sino una mujer formada, culta y con carácter, que asumió su lugar en el mundo no sólo como esposa de un virrey, sino como agente activa de su época.
En estos años forjó su relación con Sor Juana, de admiración mutua y afecto intelectual, la cual comenzó con un gesto simbólico, ya que la monja fue elegida para escribir el arco triunfal que celebraría la llegada de los nuevos virreyes. María Luisa visitaba con frecuencia a sor Juana en el convento de San Jerónimo; intercambiaban cartas, obsequios y poemas en que compartían una visión del conocimiento que desafiaba los límites de género y del rol social de la mujer de su época. De este modo, María Luisa fungió como puente entre dos mundos, el del poder virreinal y el del mundo monástico, el de la nobleza española y el de la intelectualidad novohispana. Su apoyo a sor Juana no fue sólo el capricho de una dama de la nobleza, sino la toma de posición frente a un contexto en el que el saber femenino era sistemáticamente restringido y relegado.
En 1688, al terminar su periodo como virreina, María Luisa regreso a España, donde cambió el curso de la literatura novohispana al publicar en Madrid, en 1689, la primera recopilación de la obra de sor Juana bajo el título de Inundación castálida, crucial para difundir la obra de la poeta hispanoamericana en Europa. En 1692, María Luisa también fue responsable de la publicación del segundo tomo de las obras completas de la monja. Además, gestionó la elaboración de la obra “Enigmas”, un conjunto de acertijos escritos por sor Juana para una comunidad de religiosas portuguesas, a petición de la propia María Luisa. De este modo, los escritos de Sor Juana fueron preservados, compilados y reconocidos en el mundo hispánico.
A raíz de la Guerra de Sucesión (1703-1713), María Luisa se exilió en Italia, donde falleció el 3 de septiembre de 1721, en Milán. Si bien hoy su figura es recordada por haber sido protectora y mecenas de sor Juana, reducir su historia a ese rol sería injusto. María Luisa fue una mujer que entendió el poder de la palabra, defendió la inteligencia femenina y, desde su posición privilegiada, supo usar su influencia para impulsar una de las voces más singulares de su época que, sin ella, probablemente se hubiese quedado en el silencio.
Destinataria: María Bárbara de Braganza
La mujer fuerte dichosamente hallada…, texto escrito por el catedrático novohispano Juan José de Eguiara y Eguren, está dedicado a María Bárbara de Braganza, reina consorte de España, cuya figura fue fundamental y pionera para la educación femenina y, más ampliamente, el papel de las mujeres en la sociedad española de la época. Fundó el Real Monasterio de la Visitación, en el que las niñas nobles pudieron adquirir una correcta educación para volverse mujeres importantes, miembros activos de la sociedad del siglo XVIII.
Presentación general de la obra
La mujer fuerte dichosamente hallada… es un texto que Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), catedrático de la Pontificia Universidad de México y responsable de la importantísima Biblioteca Mexicana, escribió a raíz de la muerte de María Bárbara de Braganza (1711-1758). María Bárbara fue princesa de Beira, infanta de Portugal y reina consorte de España de 1746 a 1758. Es recordada como una defensora de la educación femenina, quien consideraba que el talento no tenía sexo y que las mujeres podían ser instruidas para ocupar un lugar digno en la socidad, de modo que, en una época en la que apenas comenzaba a plantearse el papel de la mujer en la vida pública, se convirtió en un símbolo de la lucha femenina.
María Bárbara de Braganza
(1711-1758)
Nacida el 4 de diciembre de 1711 en Lisboa, fue la hija primogénita del rey portugués Juan V y de la reina Mariana de Austria. Desde pequeña fue educada para asumir un papel dentro de los círculos de poder de las cortes europeas del siglo XVIII. Hablaba diversos idiomas, entre ellos latín, griego, francés, alemán, italiano y castellano. En cuanto a su educación, destacó en historia, ética, política, música y labores artísticas; fue valorada por su inteligencia, sensibilidad y vocación religiosa. Su formación fue tan sobresaliente como poco habitual para las mujeres de su tiempo, lo que marcó profundamente el resto de su vida.
A los diecisiete años fue enviada a Madrid para casarse con el príncipe Fernando, futuro rey de España. Su matrimonio selló la alianza entre las casas reales de Portugal y España. Al llegar, se encontró con una corte hostil, dominada por la poderosa reina Isabel de Farnesio, esposa del rey Felipe V. Durante años, María Bárbara fue relegada a un segundo plano; sufrió desprecios y aislamiento junto con su esposo, sin poder asistir a reuniones oficiales o ceremonias públicas. A pesar de todo, supo mantener la compostura y cultivar una imagen de discreción y dignidad que le ganó el afecto popular.
En 1746, con la muerte del rey Felipe V, su esposo ascendió al trono como Fernando VI y María Bárbara se convirtió en reina consorte. Sin embargo, lejos de buscar venganza o protagonismo, se convirtió en consejera prudente del rey, el cual le profesaba una enorme confianza, y ejerció una influencia que repercutió en las decisiones de Estado y en la vida diplomática del reino. Por otro lado, la huella más importante que dejó fue cultural y simbólica: considerada una mujer ilustrada en su época, intelectuales como Benito Jerónimo Feijoo la tomaron como ejemplo del talento femenino, defendiendo públicamente su figura como prueba viviente de que las mujeres bien educadas podían igualar o superar a los hombres en sabiduría y juicio, de modo que María Bárbara fue asociada con la promoción de la cultura y especialmente con la educación femenina.
Su principal legado fue la fundación del Real Monasterio de la Visitación, conocido como las Salesas Reales, un convento que sirvió también como centro educativo para niñas nobles. De igual manera, dicho monasterio fue concebido por María Bárbara como espacio de retiro en caso de enviudar y como su propio panteón. Pero, sobre todo, fue un lugar para formar mujeres piadosas, cultas y conscientes de su papel en la sociedad. En una época en la que la educación femenina era seriamente limitada, tal espacio tuvo gran relevancia.
María Bárbara murió en 1758, víctima de una larga enfermedad. Su esposo, profundamente afectado, nunca se recuperó emocionalmente de la pérdida y cayó en un estado de melancolía del que no pudo salir; falleció menos de un año después. María Bárbara fue enterrada en el convento que ella fundó, vestida con un humilde hábito franciscano y rodeada de símbolos de su fe. Sin embargo, tras su muerte, así como fue objeto de alabanzas, también fue satirizada cruelmente, reflejo del conflicto entre la figura de mujer culta e ilustrada y el modelo de mujer doméstica promovido en su época. No obstante, más allá de dicho conflicto, la causa de la educación femenina fue visibilizada y legitimada debido a su labor, pues fungió como puente entre la solemnidad barroca y la racionalidad ilustrada, y logró influir en la vida cotidiana de muchas mujeres que gracias a su ejemplo cobraron conciencia de la urgente y necesaria transformación femenina en la España del siglo XVIII.
Esta obra, escrita por el predicador fray Joseph Gómez, narra por medio de tres libros la vida, las virtudes y los martirios de la madre Antonia de San Jacinto, monja clarisa profesa en el convento de Santa Clara de Jesús. La madre Antonia representa uno de los casos más singulares de religiosidad femenina en la Nueva España del siglo XVII, pues su fervorosa fe, manifestada a través de disciplinamiento físico y visiones, a veces de santidades, a veces de demonios, la convirtió en una figura mística reconocida, con una interioridad poderosa.
Presentación general de la obra
La Vida de la venerable Madre Antonia de San Jacinto es una hagiografía escrita por el predicador Joseph Gomez, quien fue confesor de la madre Antonia. La obra se imprimió en 1689 en la imprenta de los herederos de la viuda de Bernardo Calderón, cinco años después de la muerte de sor Antonia, y está dedicada al bachiller Juan Cavallero y Ocio, clérigo presbítero y comisario de la corte de la Santa Inquisición. Como bien se indica en el título, la obra narra la historia de vida de la Madre Antonia de San Jacinto (1641-1683). Joseph Gómez dividió la vida de la venerable en tres libros: el libro I contiene ocho capítulos y abarca del nacimiento y la infancia de la madre Antonia a su profesión en el convento de Santa Clara; el libro II, de veintiún capítulos, profundiza en sus virtudes, visiones, martirios y el acoso que sufrió por parte de demonios; el libro III, finalmente, consta de ocho capítulos que abordan la enfermedad mortífera de la madre Antonia, su entierro y finalizan con testimonios de su virtud.
La madre Antonia fue una mujer que, como la mayoría de sus contemporáneas, no realizó grandes conquistas ni fundó ciudades, pero que desde el silencio que le fue impuesto construyó una historia espiritual profundamente humana, la cual desafía los relatos únicos y nos recuerda que el poder también puede ejercerse desde el dolor y la fidelidad a una causa sumamente transformadora.
Antonia de San Jacinto, cuyo nombre secular fue Antonia Altamirano y Sotomayor, nació en Querétaro en 1641. Proveniente de una familia venida a menos económicamente, desde pequeña se enfrentó a la pobreza y a una discapacidad física ocasionada por una sangría mal practicada que le dejó su brazo izquierdo atrofiado. Estos factores limitaron en gran medida sus posibilidades dentro del modelo femenino de su época, el cual imponía el matrimonio como principal camino posible. Por lo tanto, sin dote y sin posibilidad de ascenso social, su única opción fue buscar un lugar en la religión, lo que la condujo a empezar un camino místico realmente intenso.
Con el apoyo de familiares y clérigos, y después de pasar por un proceso de votación interna en el que estuvo a punto de negársele la entrada, pudo ingresar al convento de Santa Clara de Jesús en Santiago de Querétaro, un lugar de exigencia, disciplina y escrutinio, regido por la orden franciscana. Tomó el hábito en 1664 y en 1666 se volvió monja profesa, tras un periodo de prueba. Una vez consagrada, sor Antonia tuvo una vida ejemplar, marcada por un ascetismo riguroso, una mística intensa y una vocación para el sacrificio: se disciplinaba con cuerdas espinosas, realizaba ayunos severos y dormía sobre maderas con el fin de ofrecer su sufrimiento a cambio de la redención de las almas y así lograr su unión con Cristo.
Lo más notable de su trayectoria espiritual fue su experiencia mística, ya que las visiones que experimentaba la hicieron conocida en la región. En ellas, veía a Jesús en agonía o a la Virgen en su consuelo, así como a los ángeles y a los demonios luchando por su alma. El mal no era un concepto para ella, sino una presencia que la atacaba, la golpeaba, le susurraba al oído y la tentaba. Así, su vida se convirtió en una batalla permanente entre lo divino y lo demoníaco, vivida en carne propia, noche tras noche y oración tras oración.
Los testimonios de terceros que la conocieron apuntan que sor Antonia contaba con el “don de interioridad”, que la volvía capaz de percibir los pensamientos de las otras religiosas, y que además podía consolar a las novicias sin que estas le hablaran. Son estas virtudes de sor Antonia las que Joseph Gomez remarca en la obra, así como su “don de adivinación”.
Sor Antonia murió en 1684. A pesar de que no fue canonizada, durante años se le reconoció como un modelo de santidad criolla, como una mujer nacida en América, sin poder ni fortuna, pero con una espiritualidad tan radical que la ponía a la par de las grandes místicas europeas, lo que le confiere gran relevancia a su figura. Antonia de San Jacinto profesó su fe desde la frontera entre el dolor físico y el éxtasis, entre la obediencia religiosa y la afirmación interior. Sus visiones, mortificaciones y experiencias místicas no deben entenderse sólo como rarezas devotas, sino como formas de reclamar su presencia en un mundo que no escuchaba a las mujeres. Su vida, recogida por otras personas, es hoy un testimonio inestimable de la subjetividad femenina novohispana.
Examen de conciencia es un manual escrito por Juana Francisca Fremiot de Chantal (1572-1641), también conocida como santa Juana de Chantal, para guiar a las mujeres religiosas de la Orden de la Visitación en su práctica de la espiritualidad. Juana Francisca fue una de las figuras femeninas de su época más importantes en cuanto al liderazgo religioso e institucional; conocida por haber fundado la Orden de la Visitación junto al obispo Francisco de Sales, la cual contó con más de 86 sedes, abrió los brazos a las mujeres que por su condición de viudas, enfermas o pobres habían sido rechazadas de la vida monástica y les permitió practicar una religiosidad libre.
Presentación general de la obra
Examen de conciencia es un manual que consta de 23 páginas, escrito por Juana Francisca Fremiot (1572-1641), baronesa de Chantal, también conocida como santa Juana de Chantal, con el propósito de que las religiosas de la orden de la Visitación, la institución que ella misma fundó, pudieran practicar su religiosidad más conscientemente. Caracterizada por su humildad y su entrega a Dios, así como por una profunda maternidad espiritual, Juana Francisca representa uno de los ejemplos más notables de liderazgo femenino en la Iglesia católica, tanto por su vida personal como por su legado institucional y espiritual.
Juana Francisca Fremiot
(1572-1641)
Nació en 1572 en Dijon, Francia, en el seno de una familia perteneciente a la nobleza de humanista con una gran sensibilidad hacia los asuntos del alma. Desde pequeña cultivó la convicción de toga. Su padre fue presidente del Parlamento de Borgoña, lo que le permitió recibir una educación que la fe debe vivirse en lo cotidiano. A los veinte años contrajo matrimonio con Cristophe de Rabutin, barón de Chantal, con quien tuvo seis hijos, de los que sobrevivieron cuatro. Durante esta etapa, Juana de Chantal demostró talento administrativo y una profunda vocación cristiana, ocupándose no sólo de los asuntos familiares, sino también del bienestar de los pobres y enfermos en sus tierras.
En 1601 su esposo murió en un accidente de caza, lo que cambió la vida de Juana Francisca de forma irreversible, pues con veintinueve años se convirtió en viuda. A pesar de las dificultades, los malos tratos de su suegro y una guía espiritual poco compasiva, Juana Francisca perseveró en su fe y mantuvo su compromiso religioso. Si bien en un principio enfrentó el dolor en soledad, posteriormente encontró una brújula espiritual en el obispo de Ginebra Francisco de Sales, cuya dulzura y sabiduría la guiaría por años, y con quien desarrolló una profunda amistad y colaboración religiosa que permitió la fundación de la Orden de la Visitación de Santa María en 1610, con sede inicial en Annecy.
La Orden de la Visitación tenía un enfoque realmente novedoso, ya que estaba pensada para acoger mujeres viudas o jóvenes que quisieran dedicarse a Dios sin los rigores del claustro monástico. Juana Francisca impulsó una vida religiosa basada en la caridad, la dulzura y la entrega cotidiana, alejándose de las prácticas excesivamente penitenciales. No obstante, la oposición eclesiástica a este modelo llevó a la clausura de la Orden en 1618. A partir de entonces, las actividades caritativas en el exterior fueron sustituidas por la educación de niñas pensionistas.
A pesar de estos cambios, Juana Francisca logró preservar el espíritu original de su fundación: la búsqueda de la religiosidad en lo cotidiano y la accesibilidad de la vida espiritual a mujeres que, por su situación, quedaban fuera de otras formas de vida religiosa. De este modo, la Visitación fue una respuesta compasiva a las mujeres excluidas: viudas, de la tercera edad, enfermas o sin dote que no querían ni encierro ni castigo, sino un espacio en el que pudieran vivir la fe con libertad, dulzura y apertura al prójimo. Durante años, Juana Francisca viajó, organizó y cuidó el crecimiento de la Orden. Su fuerza fue silenciosa, pero implacable, y su liderazgo, siempre desde la humildad, fue vital para que la Visitación se convirtiera en el refugio espiritual para miles de mujeres en Europa.
Tras la muerte de Francisco de Sales en 1622, Juana de Chantal tomó un papel más activo aún en la consolidación de la Orden; supervisó la redacción de estatutos, viajó para fundar y regular monasterios y estableció un modelo arquitectónico coherente con su visión espiritual. Mantuvo también una rica correspondencia con su hijo Celso Benigno y otras figuras de su entorno, que da testimonio de su sensibilidad, fortaleza y claridad de pensamiento. Para cuando murió, en 1641, la Orden de la Visitación ya contaba con 86 monasterios gracias a su incansable trabajo y a la red de apoyo que había construido con otras figuras del catolicismo reformado. Su vida nos recuerda que la historia de las mujeres no se reduce sólo a víctimas o santas, también hay arquitectas y estrategas que construyen espacios en los que florece la libertad y el cuidado, en medio del encierro y la represión.
Impresora: Oficina de Doña María Fernández de Jáuregui
María Fernández de Jáuregui
(1741-1815)
La obra fue impresa en 1815 en la Ciudad de México por la Oficina de Doña María Fernández de Jáuregui, una impresora activa durante el periodo virreinal tardío. El libro cuenta con 36 páginas de contenido exclusivamente textual, sin elementos gráficos destacados. La edición está compuesta con tipografía clara y una diagramación sencilla, características que favorecen la lectura meditativa y su uso en el entorno conventual.
El padre de María Fernández de Jáuregui, José de Jáuregui, adquirió la imprenta de la Biblioteca Mexicana, a cargo de Juan José Eguiara y Eguren de 1753 a 1763, unos años después de que éste falleciera. De gran prestigio, la imprenta mantuvo su nombre hasta 1774, año en que Jáuregui la rebautizó como Nuevo rezado. En 1781, tras la muerte de Jáuregui, la imprenta tomó el nombre de Imprenta nueva madrileña, pues recibía un amplio surtido tipográfico de Madrid, lo que hizo posible que empezaran a editarse ahí obras importantes. Hacia 1791, el taller ubicado en la calle de Santo Domingo quedó en manos de José Fernández de Jáuregui, familiar (probablemente el sobrino) de José de Jáuregui, y pasó a llamarse Herederos de José de Jáuregui.
Alrededor de una década después José Fernández falleció y la imprenta pasó a ser responsabilidad de su hermana, María Fernández de Jáuregui, quien empezó a firmar las impresiones con su nombre a partir de 1803. María Fernández imprimió un importante número de obras, algunas de gran relevancia, como la primera y la segunda época del Diario de México. Finalmente, falleció en 1815.
En el universo de la cultura escrita novohispana, fueron pocas las mujeres que lograron llegar a las prensas. La imprenta, monopolizada por órdenes religiosas, universidades, instituciones eclesiásticas y autores varones, ofrecía a las mujeres un acceso limitado, mediado casi siempre por confesores, mecenas o protectores que autorizaban o avalaban sus escritos. Su condición de género implicaba restricciones severas: a muchas se les negaba la posibilidad de educación formal más allá de lo básico; en la mayoría de los casos, la escritura debía permanecer dentro del ámbito conventual, como ejercicio de obediencia espiritual o como correspondencia privada. Acercarse a las letras ya era un privilegio excepcional; ocupar un lugar renombrado en los círculos intelectuales era aún más raro. En ese sentido, las creadoras que aquí se presentan son testimonio de persistencia, agencia y, en algunos casos, de alianzas estratégicas que les permitieron inscribir su voz en tinta y papel.
En relación con los libros, las mujeres novohispanas no sólo fueron destinatarias o lectoras, también asumieron un papel activo como productoras de textos, guardianas de memoria y creadoras de mundos espirituales, literarios y pedagógicos. Este núcleo, titulado Las creadoras, reúne ejemplos de autoras que, desde el claustro o desde espacios colectivos, pusieron en circulación obras que desafiaron silencios y restricciones, y que hoy nos permiten reconocer su voz y su agencia en la historia del libro.
Mujeres que escribieron para trascender el silencio y afirmarse en la memoria colectiva. Entre ellas se encuentra sor Mariana de San Juan Nepomuceno, abadesa de las Capuchinas de Guadalupe, quien en 1800 escribió una carta notificando la muerte de sor María Clara Isabel. Más que un documento administrativo, la misiva resalta la virtud de la difunta y recuerda cómo la escritura podía ser un vehículo de consuelo y edificación espiritual, especialmente dirigido a una comunidad de mujeres. Un caso similar es el de Teresa de Jesús, cuya obra Castillo interior o Las moradas fue concebida expresamente como guía para las carmelitas descalzas, ejemplificando cómo las creadoras también escribieron para mujeres, construyendo textos pedagógicos, místicos y espirituales pensados para lectoras específicas.
La figura de sor Juana Inés de la Cruz ocupa un lugar central: su Inundación castálida (Madrid, 1689) la proyectó internacionalmente como poeta docta, capaz de dialogar con las grandes tradiciones clásicas y de generar un universo simbólico femenino. A ella se suma María de la Antigua, clarisa y luego mercedaria sevillana, cuyo Desengaño de religiosos y de almas (1690) fue publicado póstumamente, convirtiéndose en referente de mística visionaria.
La autoría colectiva de las estudiantes del Convento de la Enseñanza también merece atención: su Relación histórica (1793) muestra cómo mujeres jóvenes, beneficiarias de un colegio pionero en la educación femenina gratuita, narraron la historia de su propia institución. Finalmente, certámenes como Letras felizmente laureadas (1724) permiten vislumbrar la presencia —a menudo anónima— de poetas mujeres, algunas premiadas por su talento, como María Josefa de San José.
En conjunto, estas obras revelan a las creadoras como agentes imprescindibles de la tradición escrita. Desde la clausura, la imprenta o los certámenes públicos, sus voces sortean silencios y restricciones, dejando huella en un mundo que con frecuencia quiso negarlas, pero que hoy nos permite reconocerlas como protagonistas de una herencia cultural compartida.
Santa Teresa de Jesús, de nombre secular Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada (1515-1582), fue una escritora española, poeta mística y monja fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas de San José. Su obra Castillo interior o Las moradas es un tratado en el que desarrolla a profundidad el misticismo teresiano, bajo el cual el alma debe atravesar siete moradas (tres purgativas, tres iluminativas y una última unitiva) para lograr fusionarse con la esencia divina. La escribió a los sesenta y dos años en el convento carmelo de Toledo, con debilidad física por crisis de salud previas y un “mal de cabeza”.
La importancia de esta obra es clara: recoge los testimonios y las ideas de una de las figuras místicas españolas más importantes, no sólo entre las mujeres, sino entre la totalidad de escritores místicos de los Siglos de Oro. Mediante una prosa clara, sencilla y precisa, y gracias al carácter didáctico de ésta, Teresa de Jesús nos permite conocer a fondo sus doctrinas y su misticismo.
Presentación general de la obra
El ejemplar que se conserva en la Biblioteca Cervantina es una edición de 1589; consta de dos volúmenes impresos a dos columnas, cada una contiene treinta y seis líneas.
La importancia de esta obra es clara: recoge los testimonios y las ideas de una de las figuras místicas españolas más importantes, no sólo entre las mujeres, sino entre la totalidad de escritores místicos de los Siglos de Oro. Mediante una prosa clara, sencilla y precisa, y gracias al carácter didáctico de ésta, Teresa de Jesús nos permite conocer a fondo sus doctrinas y su misticismo.
En él, el castillo medieval funciona como un símbolo del camino que debe emprender el alma para alcanzar la unión con la esencia divina. Para conseguirlo, ésta debe atravesar siete moradas y recorrer tres vías: la purgativa o ascética, que corresponde a las primeras tres moradas, en que se deben eliminar las inclinaciones pecaminosas; la iluminativa, que proporciona un mejor entendimiento del alma y sus potencias; y la unitiva, la unión espiritual con lo divino, que sucede en la séptima y última morada.
La edición de la Biblioteca Cervantina cuenta con un prólogo escrito por Teresa de Jesús y, seguidamente, la explicación de las siete moradas que propone debe atravesar el alma.
Santa Teresa de Jesús
(1515-1582)
De nombre secular Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada, fue una escritora española, poeta mística y monja. Fundó la Orden de las Carmelitas Descalzas de San José de Ávila, en 1562, y durante las décadas siguientes se encargó de la fundación de más conventos carmelos en diferentes territorios de España: Medina del Campo, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Torres, Segovia, Sevilla, Caravaca, Villanueva de Jara, Palencia, Soria, Burgos. Murió en 1582. Fue beatificada por la Iglesia Católica en 1614 y canonizada en 1622.
Empezó a escribir su obra Castillo interior o Las moradas el dos de junio de 1577, día de la Santísima Trinidad, en el monasterio de San José del Carmen, en Toledo, por mandato del padre Gracián, su confesor. El objetivo era que escribiera un tratado sobre la oración que pudiera guiar a las monjas carmelitas en su unión con Dios, pues El Libro de la Vida, el tratado que había escrito previamente y que contenía pasajes autobiográficos, había sido confiscado por la Inquisición. A pesar de su frágil estado de salud, la obediencia llevó a Teresa de Jesús a emprender la tarea y terminó de escribir el libro el 29 de noviembre.
Sor Juana Inés de la Cruz, de nombre secular Juana Ramírez, conocida como la Décima Musa o el Fénix de América, fue una escritora y poeta de la Nueva España, monja profesa, con quien culminó el Siglo de Oro. La Inundación castálida fue su primera obra de en ser publicada, la cual se distribuyó en Madrid gracias a la participación de la virreina. El libro, vasto en estructura y contenido, contiene poemas de ocasión, dedicados a personas importantes; religiosos, que abarcan las letras sacras, los villancicos y las canciones; personales, entre los que figuran algunos sonetos, pero especialmente las redondillas y las décimas. También hay loas de carácter lírico-dramático y, en el cierre de esta monumental obra, aparece el Neptuno alegórico, dedicado a los virreyes.
Presentación general de la obra
La Inundación castálida fue la primera obra que sor Juana publicó, en 1689, aunque al inicio no se distribuyó en la Nueva España, sino en Madrid, gracias a los esfuerzos de la virreina María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, entusiasta del talento de sor Juana y promotora de este. El título de la obra es una referencia a Castalla, fuente griega de origen mitológico, ubicada en el Monte Parnaso, cuya agua inspiraba a los poetas cuando la bebían.
La Inundación es una obra vasta, de estructura compleja, la cual remite al Canzionere de Petrarca por ciertos tema y tópicos y por su variedad estructural. Al inicio de la Inundación se encuentra la poesía lírica, que incluye sonetos y romances; liras, redondillas, décimas y ovillejos. A continuación, se presenta la poesía religiosa, contenida en poemas sueltos y juegos de villancicos. Finalmente, la Inundación cierra con el Neptuno Alegórico, texto en prosa que sor Juana escribió para recibir a los virreyes, los marqueses de la Laguna: Tomás de la Cerda y Aragón y María Luisa Gonzaga.
La edición de la obra corrió a cargo de Juan Camacho Gayna, quien fue caballero de la orden de Santiago, mayordomo del marqués de la Laguna y alcalde de San Luis Potosí durante el virreinato de éste. Los biógrafos de sor Juana tienen el consenso de que quien patrocinó la impresión de la obra fue la virreina, a quien la Décima Musa la dedica y con quien mantuvo un amor platónico. La misma María Luisa aparece en diversas composiciones bajo el nombre de Lisi, quien, en el papel, además de musa y dama idealizada, es símbolo de divinidad.
En algunos de los sonetos que aparecen en Inundación castálida, Sor Juana se preocupa por crear un universo femenino, mencionando a mujeres virtuosas del mundo clásico como Lucrecia, Porcia, Tisbe y Julia.
Por lo anterior, la Inundación se trata de una obra de importancia indudable, relevante incluso con el paso de los siglos en la tradición de poetas y escritoras hispanoamericanas. Las muchas composiciones que contiene dan cuenta de la intelectualidad y madurez poética de sor Juana. Además, el suyo se trata de un caso muy particular, pues, si bien no era inusual que las mujeres religiosas escribieran poesía, sí lo era que la publicaran, hazaña que sor Juana pudo conseguir con el apoyo de la virreina María Luisa.
Sor Juana Inés de la Cruz
(1651-1695)
Cuyo nombre secular fue Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, nació el 12 de noviembre de 1651. Monja profesa, fue una prolífica escritora y poeta barroca que se interesó por todos los saberes de la época. Su obra abarca comedias teatrales, obras religiosas, villancicos y poemas de corte lírico, cortesano y filosófico; entre las más reconocidas figuran el Primero sueño, Los empeños de una casa, El divino Narciso y la Respuesta a sor Filotea de la Cruz. Si bien se sirvió de los modelos literarios de los escritores de su época, pudo superarlos para fraguar un sello propio, gracias al cual se le considera una de las exponentes más importantes de la literatura novohispana y la poeta que cerró por todo lo alto la tradición literaria del Siglo de Oro. Murió en el Convento de San Jerónimo el 17 de abril de 1695, tras contraer la enfermedad de la peste, que se había propagado por todo el convento y que padecían las monjas a las que cuidaba.
María de la Antigua (1566-1617) fue una religiosa clarisa, al final de su vida convertida en mercedaria, a quien se atribuye la autoría de Desengaño de religiosos y de almas que tratan de virtud. El libro fue publicado por primera vez en 1678, décadas después de su muerte y con el apoyo de los franciscanos, gracias a que Andrés Gamero, su confesor, había hecho una copia del texto original. Compuesto a partir de las anotaciones que María de la Antigua escribió durante años en sus cuadernos, Desengaño de religiosos y de almas es una glorificación al mandato divino.
Presentación general de la obra
El ejemplar que se conserva en la Biblioteca Cervantina es una edición de 1690 que supera las ochocientas páginas. El libro fue impreso en Sevilla, por el impresor y mercader de libros Lucas de Martín y Hermosilla, como se indica en la portada. De encuadernación en pergamino, la obra está impresa en tinta negra, a dos columnas, y presenta manchas y algunas rayaduras en las páginas, además de daño por insectos.
Gracias a Desengaño de religiosos y de almas que tratan la virtud, la figura de María de la Antigua adquirió proyección, e inclusive diferentes órdenes religiosas como la mercedaria, la franciscana y la jesuita se interesaron por encajar tanto el pensamiento místico de la monja como las virtudes de su personalidad dentro de sus intereses, de manera que sirviera como figura representativa para sus órdenes. De no ser por la publicación de Desengaño de religiosos y de almas, seguramente la vida y el mundo visionario de María de la Antigua hubieran pasado desapercibidos para la posteridad y hubieran sido olvidados muy pronto. De ahí la relevancia de este libro dentro de la colección de la Biblioteca Cervantina, pero también como parte de la tradición mística en que se inscribieron muchas religiosas españolas.
Desengaño de religiosos y de almas que tratan la virtud fue primeramente publicada en 1678 con el apoyo de los franciscanos, gracias a que Andrés Gamero, mercedario y confesor de María la Antigua, había hecho una copia de la versión original, organizada por el padre Joseph Lobo a partir de los cuadernos de María de la Antigua y perdida en un incendio en 1624. A esta primera edición prosiguieron varias de diferentes órdenes religiosas. Organizado a partir de las tres hojas diarias que escribía, el libro es una muestra del mundo visionario y místico de María de la Antigua, en el que acaecen revelaciones divinas y se practican los sacrificios y las oraciones, en el que la unión con Dios ocurre mediante una sublimación solitaria.
María de la Antigua
(1566-1617)
Fue una escritora y monja de la Orden de santa Clara. Fue bautizada con el nombre de María; su sobrenombre se debe al convento dominico de Nuestra Señora de la Antigua, en el que sus padres ejercieron como sirvientes. Con trece años, María de la Antigua ingresó al convento de Santa Clara de Marchena, donde aprendió a leer y a escribir y vivió durante treinta y seis años. En 1617 se trasladó al convento de la Concepción de las Descalzas de la Merced y se convirtió en mercedaria, presuntamente por conflictos y mala relación con las otras monjas clarisas. Aunque murió ese mismo año, sus restos fueron sepultados hasta 1636, en el convento de la Purísima Concepción de Marchena. La Iglesia Católica la declaró venerable, pero no llegó a ser beatificada.
Los acontecimientos que se conocen de su vida se deben a la hagiografía que sobre ella escribió Andrés de San Agustín, miembro de la Orden de la Merced: Vida ejemplar, admirables virtudes y muerte prodigiosa de la Venerable madre María de la Antigua. En ella, se remarca su capacidad poética, así como la cantidad de páginas escritas que dejó tras su muerte: un aproximado de once mil, pues escribía tres diarias. Asimismo, de acuerdo con los franciscanos y los jesuitas, María de la Antigua tuvo de referente a Teresa de Jesús, con quien compartió la virtud de la discreción y la humildad y de quien siguió las enseñanzas.
La Relación histórica de la fundación de este Convento de Nuestra Señora del Pilar es una obra de autoría colectiva, escrita por las estudiantes del mismo Convento, más conocido con el nombre de la Enseñanza. Fundado en 1755 por María Ignacia Azlor y Echeverz, la Enseñanza fue el primer colegio público y gratuito de la Ciudad de México, y tuvo el objetivo de impartir educación a niñas españolas y criollas pobres, así como a niñas provenientes de las familias indígenas principales.
Presentación general de la obra
La Relación histórica de la fundación de este Convento de Nuestra Señora del Pilar fue escrita colectivamente por las estudiantes del convento, quienes firmaron como “sagradas plantas vuestras [de la virgen del Pilar] muy obligadas hijas y humildes esclavas”. La Relación histórica consta de 165 páginas, sin contar la portada, las páginas de licencias, la dedicatoria que las autoras hacen a la virgen del Pilar, el prólogo escrito por las mismas y la tabla de los capítulos. Fue impresa en 1793 por Felipe de Zúñiga y Ontiveros.
Además de explicar el origen del Convento la Enseñanza, en la obra se exponen la vida y las virtudes de su fundadora, María Ignacia Azlor y Echeverz, quien luchó y fue la responsable de establecer los colegios de la Compañía de María en la Nueva España, conventos donde se brindaba educación a niñas criollas pobres y a niñas indígenas de familias importantes, los cuales tuvieron repercusión incluso después de la independencia. Proveniente de una familia acomodada y criolla, María Ignacia ingresó a la Compañía de María en Tudela, España, para recibir una correcta formación. En 1755, con el dinero de su herencia familiar, fundó la escuela de la Compañía de María en la Ciudad de México, conocida como la Enseñanza, la primera pública y gratuita en la ciudad.
En la época novohispana no existía un interés real por la educación de las mujeres, pues se consideraba innecesaria para su misión de vida, que a grandes rasgos consistía en cumplir con las labores domésticas y tener buen comportamiento. Si bien se impartía una educación en los colegios de monjas, ésta era muchas veces deficiente y recibida sólo por aquellas niñas cuyas familias podían costearla. A pesar de que no se conoce exactamente qué se les enseñaba a las niñas en el Convento la Enseñanza, todo parece apuntar a que el aprendizaje estaba centrado en la lectura, la escritura y la doctrina cristiana.
La Compañía de María, fundada por santa Juana de Lestonnac en Francia, y en la que se instruyó María Ignacia, fue una orden de clara vocación pedagógica, rasgo que compartió con la Compañía de Jesús y las monjas de Santa Úrsula. Utilizaba el método ratio studiorum (“plan de estudios”), establecido por los jesuitas, bajo el cual se procuraba el desarrollo intelectual, espiritual y moral de las estudiantes a partir de una combinación entre explicaciones de la maestra y repetición de ejercicios.
J. M. J. es una carta que sor Mariana (1751-1806), abadesa en el convento de las Pobres Capuchinas de Nuestra Señora de Guadalupe, escribe a su superior para notificar la muerte de la monja María Clara Isabel, quien soportó diez años de un martirio extendido y doloroso, del que nunca se quejó. Las monjas clarisas capuchinas, provenientes de la segunda orden de san Francisco, se distinguieron por sus máximas de pobreza y austeridad; así, las profesas y novicias del convento de Guadalupe sobrevivían a base de pedir limosnas y, debido a su pobre alimentación, a menudo se veían atacadas por enfermedades de las que no lograban recuperarse.
Presentación general de la obra
[Jesús, María y José] es una carta de tres páginas que sor Mariana, abadesa en el convento de las Pobres Capuchinas de Nuestra Señora de Guadalupe, escribe el 7 de noviembre de 1800 a su superior, para notificar la muerte de la monja María Clara Isabel, quien tenía veintiocho años, llevaba once siendo religiosa y diez padeciendo una dolorosa enfermedad de la que nunca se quejó. En el texto, sor Mariana alaba las virtudes de la monja fallecida, la coloca como un ejemplo a seguir para las demás hermanas y pide a su superior que rece una “estación” (un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria, cinco veces) para que el alma de sor María Clara, “si estuviere en el Purgatorio, se traslade de él prontamente para la Gloria”.
Ahora bien, la carta de sor Mariana, está contenida en una obra miscelánea que supera las 400 páginas y consta de una serie de cartas que abadesas, prioras y vicarias de distintos conventos enviaron a sus superiores para notificar la muerte de monjas, alabar sus virtudes y pedir que se llevaran a cabo rezos por sus almas. Las cartas llevan en el encabezado “Viva Jesús”, “Viva Jesús, María y José” o simplemente las siglas: “J.M. J.”. En la mayoría de las misivas, dependiendo de la orden y el convento del que se trate, se agrega otro nombre, como el del apóstol Bernabé (“B.”), la madre Teresa (“y Teresa”, o “y T.”), o Francisco de Asís (“F.”o “y Francisco”).
Sor Mariana de San Juan Nepomuceno
(1751-1806)
Sor Mariana, cuyo nombre secular fue María Micaela Josefa Francisca Dionisia, nació en 1751. Con veinte años se volvió religiosa y en 1771 profesó en el convento de San Felipe de Jesús, donde vivió durante nueve años. Tuvo el deseo de fundar un nuevo convento para las capuchinas que estuviera en la Villa de Guadalupe, por lo que en 1778 solicitó el permiso y en 1780 el rey Carlos III se lo concedió bajo el acuerdo de no destinar dinero para la manutención de las monjas que allí vivieran; deberían mantenerse con los donativos del pueblo.
El convento de Nuestra Señora de Guadalupe se fundó entre 1778 y 1787, año en el que se bendijo. Proveniente de la segunda orden de san Francisco, la rama de las clarisas capuchinas se ha caracterizado por las máximas de pobreza, austeridad y silencio. Sin bienes ni dinero que administrar, las profesas y las novicias que habitaban el convento de la Villa de Guadalupe sobrevivían a base de pedir limosna y aceptaban la regla de vivir en máxima pobreza tanto individual como colectiva; su ropaje era sumamente austero y se alimentaban a base de yerbas, legumbres y alguna que otra fruta. Como consecuencia, su salud se deterioraba rápidamente; muchas de ellas enfermaban a los pocos días de profesar y no lograban reponerse de sus padecimientos, como fue el caso de sor María Clara Isabel, quien murió con tan sólo veintiocho años. Por su parte, sor Mariana falleció en 1806, a los cincuenta y siete.
Letras felizmente laureadas, y laurel festivo de letras, certamen poético celebrado en 1724 y dedicado al rey Luis Fernando I, contiene dos poemas de autoría femenina que fueron premiados. El primero es un soneto en castellano y el segundo un poema en latín. Aunque el nombre de las autoras no figura en la obra, la responsable del poema en latín ha sido identificada como la monja María Josefa de San José, mientras que la identidad de la autora del soneto permanece desconocida. A pesar de ello, la mera participación de estas mujeres, así como el consiguiente reconocimiento de su trabajo poético, nos permite ver la dedicación y la capacidad para las letras que las mujeres tuvieron en la Nueva España.
Presentación general de la obra
La Real y Pontificia Universidad de México, fundada en 1551 e inaugurada en 1553, bajo la real cédula de española. En 1724, la Universidad celebró un certamen literario en honor al rey Luis Fernando I que llevó por nombre “Letras felizmente laureadas, y laurel festivo de letras”. Además del concurso literario, se llevó a cabo un desfile, igualmente dedicado al rey, en el que participó toda la ciudad: los estudiantes recorrieron las calles caracterizados como dioses, ninfas, musas y animales, declamaron poesía y cantaron subidos en carros alegóricos; los locales, por su parte, o bien salieron de sus casas para animar el desfile, o bien lo observaron desde sus balcones y azoteas.
Terminado el desfile, los participantes volvieron a la Universidad y, en el Aula General, se prosiguió entonces con el certamen literario anónimo, cuyo tema general fue la imagen de Hércules sosteniendo el Olimpo en sus hombros, pero reflejada en el rey Luis Fernando I. En el concurso participaron historiadores, médicos, juristas, teólogos, y dos mujeres resultaron ganadoras. En la época, las poetas publicaban sus creaciones en certámenes literarios, pues era uno de los pocos medios para hacerlo; quienes participaban no eran principiantes, sino mujeres que contaban con gran capacidad de versificación y composición poética y muchas veces empleaban seudónimos o preferían el anonimato a la hora de publicar.
La primera autora, de quien se desconoce la identidad, ganó el primer lugar del certamen con un soneto ubicado en la página 180 del ejemplar. El poema versa sobre Alcides, héroe de la mitología grecorromana, más conocido como Hércules o Heracles; la autora señala el poder que ostenta, pero también el peso que éste conlleva. De premio recibió un plato mediano y redondo de plata, además de unas coplas que para ella compuso la junta del certamen.
Aunque su nombre tampoco aparece recogido en la obra, sí se conoce la identidad de la segunda autora reconocida: se trata de María Josefa de San José, una monja profesa del convento de San José de Gracia, quien para la fecha ya tenía buena experiencia en la composición poética. Para el certamen escribió un poema en latín, localizado en la página 193 del ejemplar. Como la autora presentó su composición fuera de tiempo, no ganó el primer lugar, pero sí fue reconocida y su premio consistió en una letra compuesta por la junta, en la que se alaban sus méritos y capacidad poética.
En cuanto a la relevancia de esta obra, y más concretamente del certamen del que da noticia, si bien en la Nueva España se celebraron muchos concursos literarios, “Letras felizmente laureadas, y laurel festivo de letras” se trata de uno especialmente importante en lo que respecta a la publicación de poemas de autoría femenina. A pesar de que en la época era común el uso de seudónimos o el anonimato por parte de las mujeres poetas, este último el elegido por ambas autoras premiadas, sus composiciones poéticas no dejan de dar cuenta de su gran habilidad para versar, a la que forzosamente debió anteceder un trabajo de años practicando y enriqueciendo sus propias letras. Así, estos dos poemas, uno en castellano y el otro en latín, son una representación de la dedicación y capacidad poética de las mujeres novohispanas del siglo XVIII.
En los preliminares de esta obra, que reúne diversas composiciones de Fernán González de Eslava (1534-1601), aparece el primer poema novohispano de autoría femenina: un soneto escrito por Catalina de Eslava, sobrina de Fernán, y dedicado a éste años después de su fallecimiento. El soneto, que contiene diversas alusiones al mundo clásico, deja ver el conocimiento en las letras que tuvo Catalina de Eslava, su capacidad de desempeñarse en dicha composición poética y la irrupción de una pluma femenina, a la que siguieron muchas más, en un periodo literario dominado por los hombres.
Presentación general de la obra
Coloquios espirituales y sacramentales y canciones divinas contiene diversas composiciones poéticas de Fernán González de Eslava (1534-1601), poeta, dramaturgo y sacerdote español, recopiladas póstumamente por el agustino fray Fernando Vello de Bustamante y dirigidas al fray Juan de Guzmán, responsable de la provincia del Santísimo nombre de Jesús de la orden de san Agustín. Los Coloquios fueron impresos en la Imprenta de Diego López Dávalos, en 1610.
En los preliminares de la obra, junto a poesías de otras plumas, está localizado un soneto firmado por Catalina de Eslava, sobrina de Fernán. De la vida de Catalina de Eslava no se conoce casi nada, sólo que nació en la segunda mitad del siglo XVI; sin embargo, resulta una figura importantísima porque el poema con que participa en los Coloquios es la primera poesía novohispana de autoría femenina. De Eslava elige el soneto, forma poética con tradición en la Nueva España, para dedicarle unos versos a su tío fallecido unos años antes, lo que demuestra que no sólo estaba familiarizada con dicha composición, sino que también fue capaz de retomarla. Si bien este soneto es lo único que se conoce de la autora, es muy posible que haya escrito más poemas.
En el soneto, de Eslava resalta la habilidad poética de su tío y espera que su legado en las letras se mantenga vivo, quizá por medio de ella; menciona al dios Apolo y manda a escribir el nombre de Fernán en láminas doradas, como se hacía con los héroes romanos, lo que evidencia su conocimiento en las letras y humanidades clásicas. El poema, si bien es de ocasión por el fallecimiento de Fernán de Eslava, posee también una dimensión lírica, gracias a los lazos entre la poeta y su tío.
El soneto de Catalina de Eslava es la primera poesía documentada de autoría femenina, por lo que a ella se le considera la primera poeta novohispana.
A pesar de que no se conoce prácticamente nada de su vida, su figura es indiscutiblemente un referente: fue la primera pluma femenina en un periodo en que las letras en la Nueva España estaban dominadas por los hombres. Su breve aparición en la escena literaria dejó una marca importante, gracias a la que fue posible que más mujeres publicaran sus poesías y las firmaran.
Durante el período novohispano numerosas mujeres desempeñaron un papel fundamental en la conservación, transmisión y producción del conocimiento tanto de forma manuscrita como en formato impreso. En esta sección que hemos denominado Las productoras nos proponemos visibilizar el trabajo femenino en la cultura escrita, sobre todo el relacionado con las distintas etapas del quehacer tipográfico realizado por las de impresoras mexicanas ya que fueron ellas quienes con sus intermediaciones garantizaron la continuidad de un oficio crucial para la vida intelectual, política y cultural del virreinato de la Nueva España.
Las obras reunidas en esta sección de la exposición tienen en común haber sido publicadas por mujeres que, en su mayoría, asumieron los talleres tipográficos tras enviudar. Lejos de ser un fenómeno aislado, esa presencia y práctica se sostuvo por casi tres siglos y permitió que muchas de ellas se posicionaran como agentes culturales activas vinculadas con grupos políticos y religiosos distintos. La existencia de sus nombres en las publicaciones no solo da cuenta de una legalidad formal cumplida En la edición, sino que es evidencia material de una agencia concreta en la continuidad, diversificación y sostenimiento de la cultura del libro y la escritura.
El trabajo de estas mujeres se desarrolló en un momento de intensa actividad cultural y religiosa en el virreinato. Sus talleres estuvieron instalados en puntos clave para la difusión de conocimiento, concretamente en varias ciudades del territorio como México, Puebla y Guadalajara, y espacios cercanos a centros de religiosos como el Colegio de Tlatelolco.
A través de una muestra de obras publicadas entre los siglos XVI y XIX, que forman parte del acervo de la Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey, hemos buscado destacar cómo estas mujeres no solo mantuvieron un legado familiar, sino que además ampliaron las redes intelectuales y comerciales sin las cuales no se hubiera mantenido viva la cultura escrita.
Las piezas producidas tratan diversos géneros textuales: gramática, tratados médicos, crónicas religiosas, contenidos de naturaleza espiritual y oraciones fúnebres y son muestras del entorno cultural en que fueron escritas; el trabajo de las impresoras forma parte de un abanico de saberes que participaron en la cultura novohispana.
Algunos de estos libros destacan por sus características materiales y visuales lo que demuestra la gran capacidad técnica de los talleres tipográficos: contienen una abundante cantidad de imágenes grabadas y ornamentaciones alusivas y, en algunos casos, destinados al público femenino y en otras ocasiones las obras son creaciones de una mujer, como es el libro escrito por Santa Juana Francisca Fremiot.
En su conjunto, esta selección ofrece una mirada crítica y accesible al papel de las mujeres en la historia del libro, abriendo nuevas rutas para reconstruir la memoria impresa desde una perspectiva de género.
Impresora: Apud Viduam Petri Ocharte (María de Sansoric)
María de Sansoric, quien firmaba como Apud Viduam Petri Ocharte (“viuda de Pedro Ocharte”), es considerada una figura clave para la tipografía novohispana, pues fue la primera mujer en firmar como responsable de una imprenta. Durante la década de 1590 trabajó en el taller de Ocharte; en 1594, dos años después de la muerte de su esposo, imprimió De istitvtione grammatica. Libri tres, del jesuita portugués Manuel Álvarez, uno de los primeros libros escolares publicados en América. La edición está compuesta por una encuadernación sencilla y cuenta con reclamos y apostillas marginales.
Presentación general de la obra
Esta obra escrita por Manuel Álvarez (1526-1582), natural de Portugal y miembro de la orden de Jesús, es un tratado de gramática latina dividido en tres libros y orientado a la enseñanza de la lengua en el ámbito escolar y clerical; se trata de una de las primeras obras escolares en publicarse en la Nueva España y en América. La edición fue impresa en 1594 por María de Sansoric, la viuda de Pedro Ocharte, con el permiso oficial del virrey Don Luis de Velasco, quien autorizó su publicación a solicitud del padre Diego López de Mesa, rector del Colegio de la Compañía de Jesús en la Ciudad de México.
De institvtione grammatica forma parte del fondo Salvador Ugarte de la Biblioteca Cervantina. El ejemplar, que consta de casi quinientas páginas, cuenta con reclamos en la parte inferior de las páginas, así como apostillas marginales. Las páginas se encuentran manchadas y algunas de ellas presentan rayaduras o breves anotaciones en letra manuscrita.
La inclusión de esta obra en la colección es importante al ser un testimonio de los primeros libros escolares impresos en América, además de una de las ediciones iniciales y más importantes de María de Sansoric, tan sólo dos años después de que tomara la dirección del taller.
María de Sansoric
(fl. 1572-1597)
Fue la primera mujer en la Nueva España en firmar como responsable de una imprenta. Conoció el mundo editorial al casarse con Pedro Ocharte, el tercer impresor en la Nueva España, quien prosiguió con la importante labor de Juan Cromberger y Juan Pablos, ambos pioneros en el monopolio de libros en la Nueva España, y sus respectivas esposas, Brígida Maldonado y Jerónima Gutiérrez. Fue esta última quien, tras la muerte de Pablos, le alquiló el taller a Ocharte.
Desde que contrajo nupcias con el impresor, María de Sansoric se dedicó al trabajo en la imprenta, labor con la que prosiguió incluso después de la muerte de éste, en 1592, con lo que garantizó la continuidad del taller. Unos años después, en 1597, decidió mover la imprenta al Colegio de Taltelolco; allí trabajó junto con Cornelio Adrián César, que desempeñó la tarea de cajista, y fue durante esa época que la imprenta pasó a manos de Melchor Ocharte, hijo del difunto impresor. Finalmente, a pesar de los esfuerzos en proseguir con la empresa de su fallecido esposo, por motivos no documentados María de Sansoric vendió el taller, o al menos una parte, a Pedro Balli, librero proveniente de Salamanca y el cuarto impresor de la Nueva España.
María de Sansoric es una figura femenina clave y pionera en la tipografía novohispana, pues, al firmar las ediciones en las que trabajó, se le considera la primera impresora en la Nueva España. Sansoric trabajó durante décadas en el taller de Ocharte, e incluso después de la muerte de éste sacó adelante el taller y trabajó en ediciones importantes, la más representativa de ellas la gramática latina de Álvarez.
Impresora: En casa de la viuda de Diego Lopez Daualos (María de Espinosa)
La impresión de Qvatro libros…, tratado botánico y zoológico escrito por Francisco Hernández, estuvo a cargo de María de Espinosa, quien asumió la dirección del taller de Diego López Dávalos tras la muerte de éste. La obra de Hernández se destaca por la presencia de múltiples grabados decorativos, en su mayoría con motivos florales, entre los que resulta especialmente llamativo el de Santo Tomás de Aquino, una de las figuras más relevantes de la Orden Dominica, de la que Hernández fue parte.
Presentación general de la obra
Qvatro libros… es un tratado botánico y zoológico; resultado de la ambiciosa expedición científica dirigida por Francisco Hernández en el siglo XVI, constituye uno de los primeros grandes proyectos de catalogación del mundo natural americano. La obra se publicó póstumamente en 1615, en una versión revisada y aumentada por fray Francisco Jiménez, quien también tradujo parte del contenido del latín al castellano para ampliar su accesibilidad. La impresión fue llevada a cabo por la viuda de Diego López Dávalos, María de Espinosa, una de las mujeres impresoras activas en la ciudad de México a inicios del siglo XVII. María de Espinosa asumió la dirección del taller tras la muerte de su esposo, una práctica relativamente común en la Nueva España.
La obra destaca por tratarse de una edición temprana de una de las primeras obras científicas del período virreinal. Además, la edición de 1615 resulta especialmente relevante por haber sido realizada por María de Espinosa, lo que evidencia la participación femenina en la industria tipográfica de la Nueva España.
María de Espinosa
(156?-1616?)
María de Espinosa contrajo nupcias con Diego López Dávalos, un tipógrafo que pronto tomó las riendas de la imprenta. Sin embargo, después de su muerte a inicios de la década de 1610, el taller volvió a estar en manos de María. En 1615, con la colaboración de Cornelio Adrián César y Juan Ruiz, ambos trabajadores de su imprenta, publicó el tratado de Francisco Hernández, lleno de elementos decorativos. A pesar de la publicación, ese mismo año el taller dejó de operar y, para 1620, María de Espinosa lo vendió a Diego Garrido.
La mayoría de las publicaciones de la imprenta de María de Espinosa están acompañadas por grabados decorativos e ilustrativos, que muestra a Santo Tomás de Aquino, una de las figuras más relevantes de la Orden Dominica, de la que Francisco Hernández era parte. María de Espinosa es considerada la primera impresora criolla, pues su padre Antonio era natural de Jaén, España, y su madre era mexicana.
Impresoras como María de Espinosa desempeñaron un papel fundamental en la continuidad del negocio tipográfico en la Nueva España, especialmente en contextos marcados por la viudez, donde muchas mujeres asumieron la dirección de los talleres para asegurar su permanencia. En el caso de la edición del tratado de Francisco Hernández, la labor de María de Espinosa no sólo garantizó la materialización técnica de la obra, sino también la circulación de saberes científicos, religiosos y literarios entre públicos más amplios.
Impresora: Viuda de Juan de Borja, Inés Vázquez Infante
Perfecta religiosa es una obra escrita por el fraile Bartolomé de Letona, dedicada a la figura de la madre Gerónima de la Asunción, que constituye una guía espiritual y formativa para la vida religiosa femenina, sobre todo de la Orden de Santa Clara. Fue publicada en 1662 en la imprenta de Inés Vázquez Infante, la viuda de Juan de Borja, y representa el volumen de mayor extensión producido por su taller. Vázquez Infante es reconocida por ser la primera mujer impresora de Puebla, además de ejemplificar el importante papel que las mujeres tuvieron en el desarrollo de la tipografía en Nueva España.
Presentación general de la obra
Perfecta religiosa es una obra escrita por el fraile Bartolomé de Letona alrededor de la figura de la venerable madre Gerónima de la Asunción, monja clarisa, fundadora y primera abadesa del convento de las Descalzas de Manila, en Filipinas. Publicada en Puebla en 1662, la obra constituye una guía espiritual y formativa para la vida religiosa femenina. Está dedicada a sor Dorotea Ana de Austria, hija de Rodolfo II, rey de Hungría, Bohemia y Alemania, y monja profesa del monasterio de Santa Clara en Madrid. La estructura de la obra, dividida en tres libros, responde al modelo de vida conventual ideal: la vida ejemplar de la fundadora, las prácticas de oración y ejercicios espirituales, y, finalmente, las reglas y descripciones del convento.
Es el libro de mayor volumen impreso por Inés Vázquez Infante. La impresora siempre firmó como “Viuda de Juan de Borja” y es considerada la primera mujer impresora de Puebla. Los libros de Inés Vázquez se caracterizan por las letras capitulares adornadas con flores y jarrones, en un fondo vegetal.
Inés Vázquez Infante
Originaria de Castilla la Vieja, quien firmaba como “Viuda de Juan de Borja, y Gandia” y se ocupó del taller de su difunto esposo de 1654 a 1682. Lo que actualmente se conoce de su vida se debe a su labor en la imprenta, ubicado en Puebla de los Ángeles, la primera en la ciudad administrada por una mujer, en la que publicó al menos 35 ediciones, por lo que las casi tres décadas que tuvo en sus manos el taller fueron un periodo de trabajo continuo con resultados. En 1686, a cuatro años de retirarse de las labores editoriales, falleció y fue sepultada en el Convento de Santa Clara, donde una de sus hijas era monja. Le heredó la imprenta a su hijo Juan de Borja Infante, quien se ocupó de administrarla después de la muerte de Inés.
Inés Vázquez Infante destaca por ser la primera mujer impresora en el estado de Puebla. Su labor resulta significativa no sólo por su condición de pionera, sino también por la calidad y volumen de las obras que publicó, entre ellas Perfecta religiosa, el libro de mayor extensión producido por su imprenta. Su participación en el mundo editorial virreinal es testimonio del rol que algunas mujeres desempeñaron en la transmisión del conocimiento y en la preservación de redes culturales.
Impresora: Viuda de Hogal (Rosa María Teresa de Poveda)
Voces de Tritón sonoro es una obra escrita por el fraile agustino Matías de Escobar, con motivo de la muerte y la importancia que en vida tuvo D. Juan Joseph de Escalona y Calatayud, una figura clerical muy relevante en la Nueva España. La impresión estuvo a cargo de Rosa María Teresa de Poveda, viuda de Hogal, una de las impresoras más relevantes del siglo XVIII en la Ciudad de México. Tras la muerte de su marido, el taller de Poveda produjo un total de 233 libros impresos, la mayoría de estos de temática religiosa, como fue el caso de Voces de tritón sonoro. Este ejemplar se caracteriza por elementos visuales como letras capitales decoradas con motivos florales, además de grabados barrocos.
Presentación general de la obra
Voces de Tritón sonoro es una obra escrita por el fraile agustino Matiás de Escobar tras la muerte del D. Juan Joseph de Escalona y Calatayud, clérigo destacado de la Nueva España, cuya muerte generó un impacto considerable en la comunidad eclesiástica de Valladolid, Michoacán. La obra cuenta con XXV capítulos y versa sobre un discurso que Escalona y Calatayud dio en la iglesia de Valladolid, así como sobre la ejemplaridad del clérigo. El libro fue publicado en 1746 por el taller de la viuda del peninsular José Bernardo de Hogal, Rosa María Teresa de Poveda.
En 1721, Hogal estableció una imprenta en la Ciudad de México, la cual contó con fuentes especiales, como letras griegas, lo que dio notoriedad a su taller; en 1727 el ayuntamiento le concedió el título de “Impresor mayor de la Ciudad”. Sin embargo, tras la muerte de Hogal en 1741, Rosa María Teresa de Poveda asumió la dirección del taller, ubicado en la calle de las Capuchinas, y la mantuvo hasta 1755, año en que falleció. Durante los catorce años que administró el taller, se encargó de los problemas económicos de éste, así como de la crianza de sus seis hijos. Poveda dejó un importante legado, pues en vida publicó 233 ediciones y figuraba con el nombre de “Impresora del Real y Apostólico Tribunal de la Santa Cruzada en todo el Reino”. Tras su muerte, el taller permaneció inactivo durante varios años, hasta que en 1766 empezó a trabajarlo José Antonio de Hogal, hijo del difunto impresor.
Rosa María Teresa de Poveda
(c.1710 - 1755)
El taller de Rosa María Teresa de Poveda fue uno de los más grandes en la Ciudad de México y ella misma se intituló “Impresora del Real y Apostólico Tribunal de la Santa Cruzada”.
El trabajo como impresora de Rosa María Teresa de Poveda no sólo destaca por su labor en la difusión de obras, sino también porque estuvo al mando del taller durante catorce años, en los cuales hubo una gran producción de impresos: un total 233 libros, la mayoría de temática religiosa.
Impresora: Viuda de Rodríguez Lupercio (Gerónima Delgado)
Impreso en 1689 por Gerónima Delgado, viuda de Rodríguez Lupercio, este libro recoge oraciones y meditaciones sobre los siete dolores de la Virgen María. Se trata de un ejemplo temprano de autoría tipográfica femenina en la Nueva España. Delgado dirigió el taller por más de una década, especializándose en obras religiosas. Su presencia activa en el mercado editorial del siglo XVII muestra cómo las viudas impresoras no sólo continuaban negocios familiares, sino que consolidaban espacios propios de producción en un ámbito dominado por varones.
Presentación general de la obra
Este libro devocional se inscribe en la tradición católica de los siete dolores de la Virgen María, práctica de meditación muy difundida desde el siglo XV y promovida particularmente por órdenes como los servitas. El impreso de 1689 recoge oraciones, meditaciones y versos piadosos centrados en el sufrimiento de la Virgen al pie de la cruz. La edición fue realizada en la Ciudad de México por Gerónima Delgado, viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, una de las impresoras más activas en el ámbito religioso del siglo XVII.
El libro está compuesto en una sola columna, con títulos resaltados en mayúsculas, letra capitular al inicio de secciones, y un uso frecuente de abreviaturas religiosas. Aunque carece de grabados, lo compensa con una estructura tipográfica eficaz que articula oraciones, letanías y meditaciones. La materialidad del impreso, junto con su uso intensivo, refleja el papel del libro como objeto de acompañamiento espiritual cotidiano.
Gerónima Delgado
Figura entre las primeras impresoras establecidas formalmente en la Nueva España. Tras la muerte de su esposo, continuó con el taller tipográfico firmando como “Viuda de Rodríguez Lupercio”. Se sabe que mantuvo activa la imprenta durante más de una década, en la cual publicó principalmente libros de contenido religioso. Su permanencia en el mercado editorial da cuenta de una figura empresarial sólida, capaz de sostener contratos con autoridades eclesiásticas y abastecer una demanda continua de textos devocionales.
Impresora: Viuda de Don José Romero (Petra Manjarrez)
Impreso en Guadalajara en 1820 por Petra Manjarrez, viuda de José Romero, este volumen documenta las exequias reales de María Isabel de Braganza. Refleja el ceremonial regio y el discurso monárquico aún presente tras la independencia. Manjarrez dirigió el taller junto con sus hijos, consolidando una tradición tipográfica familiar. Su presencia activa en la impresión de obras político-religiosas revela la agencia de las viudas impresoras en la vida editorial del occidente novohispano, más allá de una firma nominal.
Presentación general de la obra
Este impreso recoge las ceremonias fúnebres celebradas en Guadalajara, capital del Reino de Nueva Galicia, en honor a la reina consorte María Isabel de Braganza, fallecida en 1818. El volumen documenta los actos religiosos, las fechas de conmemoración, así como los discursos pronunciados en su memoria. Se trata de una obra de carácter político-religioso, propia del ceremonial regio, que legitima el poder borbónico a través de la liturgia católica y las formas impresas del duelo. La edición fue realizada por la Imprenta de la viuda Petra Manjarrez y herederos de Don José Romero hacia 1820, en el contexto posterior a la independencia de México, aunque aún con una fuerte presencia de los símbolos monárquicos en el discurso público.
El ejemplar conservado en la Biblioteca Cervantina es significativo tanto por su valor documental como por su origen tipográfico. Forma parte de un grupo de publicaciones dedicadas a eventos reales, que fueron comunes en la Nueva España y el México independiente temprano, en los que se reafirmaban lazos políticos y religiosos mediante la ceremonia y su memoria impresa. La autoría editorial de la viuda Petra Manjarrez y herederos de Don José Romero refuerza la importancia de este taller como uno de los espacios donde las mujeres continuaron activamente la producción gráfica tras la muerte de sus esposos impresores, contribuyendo a sostener el aparato cultural e ideológico de la época.
Petra Manjarrez
Viuda del impresor José Romero, fue la figura central detrás de la continuidad del taller editorial familiar tras la muerte de su esposo. Su nombre aparece vinculado a la razón social “Imprenta de la viuda y herederos de Don José Romero”, lo que indica no solo su legitimidad legal como titular del negocio, sino también su papel activo en la producción editorial. Este modelo de imprenta familiar permitía que las mujeres asumieran funciones de dirección y gestión, al tiempo que integraban a sus hijos e hijas como parte del legado tipográfico. El caso de Manjarrez ejemplifica cómo las viudas impresoras no solo sostenían el taller, sino que también operaban dentro de redes comerciales, religiosas y políticas de gran alcance. A diferencia de otras viudas que figuraban solo nominalmente, Petra Manjarrez fue parte de una tradición editorial consolidada en Guadalajara, lo que la convierte en una pieza clave para entender el papel de las mujeres en la historia de la edición en el occidente novohispano y mexicano.
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6. Reales exequias de la señora doña Maria Isabel Francisca de Braganza...
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Gravier, Marina Garone. “La mujer y la imprenta en las colonias españolas de América: México, Guatemala y Perú.” Muses de la impremta: LA DONA I LES ARTS DEL LLIBRE segles XVI-XIX, 2009.
Créditos
Curaduría
Seminario Mujeres y Estudios del Libro, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM
Marina Garone Gravier | Elizabeth Treviño
Coordinación
Biblioteca de Colecciones Especiales "Miguel de Cervantes Saavedra"
Marcela Beltrán Bravo | Karla Patricia Rodríguez Agüero
Credits:
Marina Garone Gravier Elizabeth Treviño Seminario Mujeres y Estudios del Libro, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM