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LEONARDO DA VINCI: LA CHISPA DE LA PASIÓN

Por Guadalupe Ceballos Ruíz

Corría el año de 1519, cuando lo rondaba la segadora de caminos y vías, sentía el león ardiente, que su proceso se pausaba, que el camino a oriente, era cuestión de breve tiempo…quizás de días.

Muy lejos del pueblo de Vinci yacía, en el país de la flor de lis, en un castillo habitaba, los santos oleos recibía y el rey tomaba su mano, sesenta y siete años poseía, el genio más grande del género humano.

Al final…con ánimo reflexivo, con un curso de vida inverosímil y extremo, siempre con un objetivo… obsesionado, siempre afanado por cumplir un desarrollo, la historia se le rindió, como la encarnación del renacimiento italiano.

El león vivía obsesionado, por el quid de la naturaleza, por entender el misterio de la vida, por comprender y captar la chispa divina, la energía interior que hace que los seres vivos, se transformen y crezcan, aplicó ese método a su vida, lo convirtió en señal, en herramienta y fuerza.

Parecía que de niño todo le fue adverso, pues fuera de matrimonio, nació sin tino, sin formación escolar, solo al bosque asistió, la variedad de la flora y fauna lo cautivó, los paisajes, dibujos y bosquejos fueron su universo.

Descubriendo que, al dibujar, captar detalles y observar con detenimiento, encontraba fragmentos de la vida, porciones de magia, para entender la energía del destino.

Un día, encontró una amorfa semilla, estudiándola cada momento con atención, esa planta fue cambiando, pasando por diversas etapas de evolución, se convirtió en un lirio blanco, todo un arrebato de belleza y emoción, proponiéndose desde siempre, a entender la fuerza… la metamorfosis de la transformación.

A los catorce años fue admitido en una academia de perfección, gracias a sus esfuerzos, con un maestro florentino, se acercó a la ciencia y al conocimiento, estudios necesarios para la producción, ingeniería, química, metalurgia… habilidades que pronto dominó, pero un nuevo reto se presentó, entendió que no podría imitar a su maestro, pues el camino a la luz y a la excelencia, es el esfuerzo y la inveción.

Un día le pidieron pintar unas macetas, creyendo que lo haría como un maestro lírico, acaso solo con sentimientos y emoción, pero en realidad lo que aconteció, fue que representó especímenes florales, con un excelso rigor científico.

Él buscaba que sus obras portaran ánimo sublime, que su pasión de estudio y vida, no acabara en simples pinturas de cuerpos y rostros, él saltaba de una idea a otra, rozando el cielo con dedos rotos.

Se obsesionó con aves y con el sueño de volar, puso los pies en el suelo, y su vida en el conocimiento y la investigación, para poder deducir… la ciencia detrás del vuelo.

Un día se cansó de Florencia, de la política cortesana, su fuego pasional no tenía límite… se fue a Milán, para cambiar por entero su vida y su alma, ya no quiso ser sólo pintor, ejercería todas las ciencias que estudió, su sustento sería, todos los oficios que le interesaran, arquitectura, ingeniería militar, anatomía, artista, asesor y consejero, su cuerpo trabajaba con las manos, su mente con varios proyectos se ocupaba.

En este proceso de reflexión, recordó ese gran reto que a su vida presentara, una estatua ecuestre del duque Sforza de Milan, gigantesca de bronce, que implicaba una gran hazaña.

Trabajó la arcilla para el gran proyecto, la puso en la plaza para que la multitud la admirara, inventó un método de fundición, para que en bronce se elaborara, pero la guerra todo trastocó, y la esperada estatua, no llegó… solo fue desmantelada.

Los artistas se burlaban de él, Miguel Ángel se mofaba, pero el león ardiente en sus escarnios no cayó, antes bien, la experiencia acumulaba.

Aprendió a poner a prueba sus ideas, diseñando proyectos a gran escala, porque el producto final no era su obsesión, sino más bien, la emoción, la búsqueda en el método, para crear algo…de la nada.

En el punto final de su reflexión, se percató que, de niño la fuerza lo había llevado a la parte más silvestre del paisaje, analizó la estética de la flora, y de la fauna lo más intenso y salvaje, se alejó de las cortes florentinas y del ego inseguro de los artistas, que vivían de la dependencia y el vasallaje.

El león nos enseñó su fuerza, la que descubrió en el lirio bocetado, el ardiente nos compartió algunas de sus capacidades, aceptó la fuerza de su maestro, dando al mundo un gran legado.

Desarrollar un estilo propio, buscando en la vida un sentido palpable, forjando nuestro propio camino, construyendo hacia nuestros propósitos inevitables.

Una vez en la vida…los hombres encuentran un ser genuino y auténtico, con una voz que le llama la atención, debemos evitar el ruido, visitando el interior…despertando nuestra vocación, hagámoslo como el león ardiente, trabajando la piedra oculta…con pasión y devoción.

El león ardiente se lanzó a la intrepidez extrema, produciendo en cada acto de su vida un cisma, esculturas gigantescas, intentos de volar, disecciones de cadáveres, estudios anatómicos y hasta libros de cocina, todo para entrever la esencia de la vida misma, todo para vislumbrar el destello y fuerza… de la chispa divina.

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