LENGUAJE, CULTURA Y CREACIÓN ANTE EL RETO DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Por Bruno Rosario Candelier
LA CREACIÓN DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
La palabra inteligencia viene de los vocablos latinos intus (‘dentro’) y legere (‘leer’), que significa ‘leer dentro’, es decir, capacidad para comprender el sentido de las cosas. El concepto implicado en la palabra «inteligencia» entraña el talento para entender y valorar el significado de las cosas. Y el vocablo artificial procede del latín artificialis (‘producto del ingenio humano’), que alude a lo que da forma a un dato material o a un concepto. La creación es una actividad de nuestra inteligencia, un soplo de la intuición cual aliento divino, que da forma y sentido al producto de la inteli- gencia o de la imaginación. Y la creación tecnológica del ámbito científico, llamada inteligencia artificial, recrea y transforma operaciones científicas y artísticas a imitación de la creación del intelecto de los pensadores, científicos y artistas.
La inteligencia artificial (IA), concebida para crear programas informá- ticos que ejecuten operaciones similares a las de la inteligencia humana, es un aparato electrónico de singular impacto en la actualidad. La IA es una creación de la electrónica y, según consigna el diccionario académico, la IA crea programas informáticos para elaborar «operaciones comparables a las que realiza la mente humana» (Diccionario de la lengua española, Barcelona, RAE-ASALE, 2014, p. 1252).
La presencia de la inteligencia artificial ha concitado dos actitudes contrapuestas: la de quienes tienen una vocación de modernidad y renovación, que saludan su existencia como expresión de vanguardia científica y desarrollo tecnológico en un mundo avanzado; y la de quienes observan con precaución y cautela la aparición de esa creación de la tecnología científica porque temen que genere la supresión de puestos de trabajo y entrañe una alteración de nuestra mentalidad y de nuestra lengua, motorizada por máquinas diseñadas que podrían alterar la singular dotación de la conciencia humana. Darle prestancia y responsabilidad a un equipo tecnológico que suplante el rol de la inteligencia humana concita en el intelecto pensante interrogantes que cuestionan a la IA un posible avasallamiento de la inteligencia humana. Desde luego, serán los resultados los que determinarán la validez o no de la IA y su incidencia en la vida social y cultural.
Cuando don Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, recibió en la Casa de la Lengua a la nueva académica de la corporación española, la doctora Asunción Gómez-Pérez, cuyo discurso de ingreso fue sobre la inteligencia artificial, el jurista y académico cordobés, al ponderar el progreso que entraña la IA, subrayó que «existe la percepción de que abre un horizonte revolucionario para el uso y la regulación de la lengua», aunque también advirtió sobre sus riesgos, y consignó la necesidad de «establecer límites jurídicos y éticos para la protección de valores y derechos, sea por la vía de la autorregulación o por medio de la regulación» (Santiago Muñoz Machado, «Discurso de ingreso de la doctora Asunción Gómez-Pérez en la RAE», Madrid, 21 de mayo de 2023).
Como en diversas actividades científicas y artísticas, a la literatura está llegando el influjo de la inteligencia artificial. La inquietud, entre estudiosos y creadores del arte de la creación verbal, es saber cómo podrá influir la IA en el fuero de la intuición, clave para la percepción del sentido de fenómenos y cosas. En el plano de la valoración estética no hay duda de que la IA puede recrear el contenido de una obra, así como crearla e interpretarla. En tal virtud, la IA puede describir ambientes, caracterizar personajes e identificar hechos, los tres factores de la narración literaria.
A la luz de los principios, valores, ideales, criterios y normas, algunos cuestionan el rol de la IA en la vertiente moral y la dimensión espiritual, así como la posible interferencia y suplantación de la creatividad del autor por la IA en el ámbito intelectual, estético y científico. Es indudable que en el plano formal la IA puede contribuir con su aporte de renovación o transformación mediante la intervención de la maquinación tecnológica. Con razón algunos intelectuales advierten que el uso de la inteligencia artificial en el lenguaje y la literatura puede alterar la estructura de la lengua, y, aunque la IA pueda crear, es necesario ponderar los principios éticos y normativos para mantener el predominio de la intervención humana ante la inminencia avasalladora de la IA.
El aporte de los avances y los recursos de la tecnología intervienen en el arte y en la ciencia con el fin de ayudar al hombre en su lucha para aprovechar el aporte de la naturaleza. Mediante el desarrollo de la creatividad, avanzamos hacia el progreso con el auxilio del intelecto, la imaginación, la intuición, la memoria y la pasión. Y, en tal virtud, ninguna máquina debe supeditar lo que nos distingue y enaltece, aunque nos ofrezca avances sorprendentes. En tal virtud, el uso de la técnica entraña la valoración de la ética contra desenfrenos, aberraciones y maldades. Porque la moral, como los ideales y la espiritualidad, han de morigerar las extravagancias de la sinrazón y los desafueros de quienes ignoran los principios que le han dado sustancia y sentido a la cultura y a nuestra cosmovisión. Por eso muchos advierten el riesgo de una modernización tecnológica, como la inteligencia artificial, para evitar que avasalle los principios de la moralidad y las pautas de la espiritualidad, factores claves para preservar la cultura huma- nística y la esencia de la inteligencia humana.
La experiencia enseña que la ciencia y la tecnología colaboran con las necesidades humanas. Nos hemos desarrollado con el auxilio de las potencias de la conciencia y la sensibilidad auxiliados por el progreso y la reno- vación. En el ámbito de la electrónica (radio, teléfonos y televisión, vehícu- los de transporte, aparatos electrónicos de oficina, facturación de servicios, aporte creativo en las ciencias y medios tecnológicos en varias disciplinas), la creación de la IA ha hecho contribuciones significativas en la actualiza- ción y renovación tecnológica. Desde luego, si el usuario de la IA carece de moral y de principios, y opta por hacer daño, la IA sería un vehículo de destrucción, por lo cual hay que controlar su uso para evitar que científicos, intelectuales y artistas sin probidad moral hagan una labor dañina. Cuando se mencionan los deepfakes con videos creados por la IA para difundir noticias falsas e informaciones manipuladas que distorsionan la verdad y hacen daño con la falsa apariencia de un origen genuino, es un mal que hay que rechazar. De ahí la necesidad de regular el uso tecnológico de la IA para evitar daños, injurias y perjuicios. Aunque siempre hay quienes hacen un uso indebido de los avances tecnológicos, oponerse por esa razón al avance del desarrollo y al progreso no es lo apropiado, sino tratar de que se usen los recursos de la ciencia y la tecnología con un criterio edificante y bienhechor. Se pueden aprovechar creadoramente la tecnología y cuanto coadyuve al desarrollo y el ascenso material y al crecimiento espiritual de la conciencia mediante el concurso de los bienes materiales porque la educación y la cultura, así como las artes y las ciencias, se crearon para hacer más confortable la existencia y más hermosa vida.
EL RETO DE LOS RECURSOS TECNOLÓGICOS
Las personas de cualquier lengua y cultura, nivel sociocultural o intelectual, sensibilidad estética y conciencia espiritual, luchan por lo mismo, y anhelan ascender y progresar. Y, ante adversidades y contratiempos, que son inevitables, preciso es armarse de disciplina y coraje para frenar lo que nos impide actuar, crear y medrar.
Ante un panorama de violencia y pobreza, miseria moral y desorden, crisis y conflictos, ¿cómo proceder frente a la creciente invasión de inmigrantes haitianos, el deterioro educativo con profesionales universitarios que no saben leer ni escribir, y la inminencia de los avances tecnológicos de la IA? Nos arropa una creciente deshumanización impregnada de desorden, deshonestidad, homosexualidad, ausencia de fe y de valores trascendentes, que parece la pauta establecida por poderes extraterritoriales que deciden y ordenan lo que ‘debemos’ acatar. Mientras nos embaucan con un lenguaje progresista, mensajes irreverentes por internet que pautan el rumbo de la cultura y unas redes sociales sin control que deciden el criterio a valorar en este tiempo de la posverdad, los promotores de la IA trazan una ruta que anhelamos que nos encamine, no hacia la autodestrucción, sino hacia el progreso tecnológico.
A la agenda global auspiciada por la ONU para imponer una ruta antihumana que llaman progreso, se suma la irrupción de migrantes sin régimen moral ni disciplina social, la subversión de los valores y principios establecidos (los que daban fundamento al ideal de vida de nuestros mayores y sentido a la inspiración de la cultura de Occidente), con la finalidad de destruir lo que nos guía para avanzar hacia un comportamiento que, en nombre de la libertad y la transformación, violenta la identidad biológica, socava la soberanía nacional y subvierte los ideales y principios establecidos en nuestra cultura.
Todo tiene una forma y un sentido y, perfilar esa doble dimensión es lo que han hecho las artes y las ciencias a lo largo de la historia, que la tecnología refuerza mediante unos procedimientos materiales a favor del avance de los conocimientos. Lo que han hecho científicos, pensadores, artistas, creadores e intérpretes por el bien de la humanidad ha sido un aporte intelectual, material, moral, estético y espiritual para hacer la vida más grata y la existencia más confortable. Cuando la crítica literaria interpreta el sentido de una obra, perfila el orbe poético de una creación a la luz de su contenido temático y su dimensión formal. Captar y formalizar la estructura profunda de una obra literaria entraña un poder de percepción y de exégesis que solo sabe percibir la intuición de la conciencia. Si la inteligencia artificial procura, según nos dicen sus promotores, seguir la ruta de avance y desarrollo en las actividades materiales, sociales, económicas, intelectuales y estéticas de la humanidad, ha de precisar del protocolo normativo que regule su función operativa a favor del bien común.
El reto del desarrollo es siempre un enigma. La luz ilumina para que veamos la realidad. Lo que el filósofo piensa y el poeta intuye, el místico lo exalta como expresión de lo divino. La mayor obra de la creación es la naturaleza, que es el modelo de toda creación. La naturaleza es la fuente primordial para crear. La verdadera ciencia, como el arte genuino, se inspiran en la realidad de lo viviente, que es la obra del Padre de la Creación. Los datos sensoriales de la realidad natural y las manifestaciones suprasensibles de los mundos sutiles están llenos de prodigios que tocan nuestra sensibilidad cuyos sentidos intuye nuestro intelecto, y, en tal virtud, podemos experimentar un brote de iluminación con el fulgor de lo viviente y el misterio de la belleza, como el ejemplo de Leonardo da Vinci al crear el cuadro de la Gioconda. El ángel de la intuición es el soplo del espí- ritu, que revela el secreto de las artes y desata el enigma de las ciencias. La creación de los aparatos electrónicos y los avances científicos, del internet y las diversas aplicaciones electrónicas, incluida la inteligencia artificial, son evidencias del desarrollo tecnológico y científico del talento humano.
Sabemos que todo viene de lo Alto. Porque todo viene del Todo y todo vuelve al Todo, como consignara Heráclito de Éfeso en la antigüedad.
Tienen la categoría de genios los que aportan una nueva creación. «Genio» significa ‘que genera’, es decir, que hace un aporte creador mediante su invención. Genios fueron Aristóteles y Platón en la antigüedad griega; Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo da Vinci en el Renacimiento italiano; Albert Einstein y Carl Sagan en la modernidad, entre otros inmortales de la ciencia y el arte, que hicieron un valioso aporte creador que seguimos disfrutando en la actualidad.
Ahora estamos en el umbral de una nueva era tecnológica ante el impacto de la IA. Desde luego, una máquina electrónica, por muy sorprendente que sea como la IA, no puede pensar el mundo como lo hace la intuición de la inteligencia humana. Porque la IA no tiene capacidad asociativa, ni intuición del sentido, ni emoción estética, ni fruición espiritual, como las tiene la inteligencia humana. El poder creativo de la lengua, con su caudal léxico, su connotación semántica, que fecunda el intelecto humano y hace posible la auscultación de la estructura profunda de un concepto, y del simbolismo de una imagen, y de la sorpresa imaginativa de una creación artística, es privativo de la inteligencia humana. Como es privativa de la condición humana su conexión empática con lo viviente, su percepción del sentido profundo de las cosas, su captación de las revelaciones de lo Alto y su valoración mística del mundo, condición enaltecedora de la conciencia humana, que una máquina no puede concebir.
Se sospecha que la seguridad cibernética no está garantizada, y algunas fuentes de trabajo podrían quedar afectadas por la IA, sin obviar las informaciones falsas presentadas como auténticas, así como los abusos de la ciberdelincuencia. Por supuesto, los nuevos avances tecnológicos siempre generan riesgos. Porque todo tiene peligros y beneficios, aunque la humanidad siempre encuentra la vía para superar las adversidades y potenciar las ventajas a la luz de la verdad, la belleza, el amor, la sabiduría y el bien. Los nuevos avances electrónicos presentan modelos matemáticos, algoritmos generadores de vertientes insospechadas y robots que precisan de regulaciones para garantizar el bien común. Desde la aparición de los aparatos electrónicos, la seguridad digital ha sido una preocupación ante la realidad del uso perverso y contraproducente de los que saben manipular los medios electrónicos.
Según leí en un comentario por YouTube, el creador de la IA, Alan Turing, se arrepintió de su creación por el daño que ese aparato tecnológico podría acarrear a la humanidad; pero ya su existencia es imparable en el ámbito científico, educativo, comercial, tecnológico y artístico. Desde luego, hay que procurar que se use para el bien. Toda nueva creación entraña un reto y un desafío. Los recursos del conocimiento, igual como acontece con la verdad y la belleza, encarnan siempre un misterio, y el mis- terio da pie para dilucidar el sentido y orillar lo trascendente. La creación de la IA, acentuada por su complejidad electrónica, entraña un avance, aunque podría frenar la creatividad intelectual y artística, porque algunos podrían presentar como propia una obra escrita por esa máquina electró- nica, hecho que suplantaría al intelecto creador y lo debilitaría.
La realidad de nuestro tiempo enseña que la vida actual no puede prescindir de la electrónica, y cada día somos más dependientes de los aparatos inteligentes, como los teléfonos celulares, la tv, las computadoras electrónicas, las maquinarias de la tecnología científica, etc. Por esa razón, la IA está encaminada a establecer una relación entre el hombre y los recursos tecnológicos. Los partidarios del progreso y la modernidad no se rinden ante los enigmas de la ciencia, aunque la IA los complique y multiplique. La ciencia y el arte cautivan el intelecto y la creatividad de las mentes pen- santes y enaltecen el valor de la realidad, el sentido que reta, la belleza que emociona y el encanto que embriaga. La ciencia descubre y aporta el beneficio que brindan los nuevos inventos. Y el arte abre nuevos horizontes inspiradores para la imaginación, las emociones consentidas y la creatividad estética y espiritual. Por eso, arte y ciencia armonizan la vida, fecundan la sensibilidad, iluminan la conciencia. Por esa razón la IA no podrá avasallar el intelecto inspirado en la verdad y el bien, y mucho menos suplantar a los genuinos talentos de la verdad que ilumina y la belleza que eleva. Si la IA termina suplantando el aporte de la creatividad humana, ¿por qué impulsarla en contra del poder generativo de nuestro intelecto? Los avances tecnológicos se justifican si hacen avanzar a la humanidad hacia su ascenso progresivo, no para anular lo que enaltece la genuina creatividad humana con el aporte de su intuición y el invento de su imaginación por una vida mejor.
Lo ideal es avanzar material y espiritualmente en función de nuestras inclinaciones y necesidades biológicas, intelectuales, morales, estéticas y espirituales. De ahí la advertencia con que hemos de recibir y ponderar la presencia de la IA. El arte y la ciencia han de fundar su aporte en la verdad, la belleza y el bien, los tres valores clásicos de la cultura humanística. En la creación científica y artística la perfección no es la meta, sino el bien común, con el aporte que edifica, inspira y eleva.
Cuando Platón comprendió que el más allá, al que llamó el «Mundo Ideal», es el destino final de la vida humana, consagró su talento para explicar el sentido de la trascendencia. En lo que queremos y hacemos, plasmamos lo que la sensibilidad capta y el intelecto perfila, y cosechamos lo que la voluntad ejecuta. Cuando Leonardo da Vinci construía sus artefactos mecánicos desafiaba la imaginación de su tiempo y se adelantaba a los avances de su época. Lo que está haciendo la IA dependerá del resultado de sus creaciones y del beneficio para sus usuarios.
LA RUTA DEL PROGRESO BAJO UNA CONCIENCIA INTELECTUAL, ÉTICA Y ESPIRITUAL
El director de la RAE, don Santiago Muñoz Machado, ha hablado con los fabricantes de las máquinas tecnológicas de varios países y les ha subrayado que «las máquinas que hablan tienen que seguir el canon de los hablantes humanos» para evitar un daño irreparable a la esencia de nuestra cultura, que es la lengua.
Según afirman sus promotores, la IA lo resolverá todo y podrá hablar de todo, y dará un súper poder creativo a quien acuda a esa máquina superinteligente, ya que, al parecer, lo puede todo en el ámbito de la creación verbal. Los promotores de la IA recomiendan no cerrarse al uso de las máquinas, sino lograr que las personas dominen las máquinas. Desde luego, aún no hay forma de saber cómo resolver los problemas concitados por esa máquina electrónica, que se supone fue inventada para el bien de la humanidad. En tal virtud, conviene aprender cómo aprovechar las herramientas de la IA para bien de lo que hacemos, pensamos y queremos.
Mediante nuestra sensibilidad percibimos los rasgos sensoriales de las cosas, y mediante nuestro intelecto distinguimos la diferencia de las cosas, y sorprende que haya una máquina creada para imitar el poder creador de la inteligencia humana con la sutileza de nuestro intelecto y la inventiva de nuestra imaginación. La creación es una meta de la IA para imitar el poder creador de las neuronas cerebrales de nuestra mente. La creación de la lengua, cuyas estructuras fonéticas, gramaticales y léxico-semánticas fueron internalizadas en nuestro cerebro, es la más sorprendente de la maravilla creadora de la inteligencia humana. Por eso la académica española Asunción Gómez-Pérez, en su discurso de ingreso como miembro de número de la RAE, consignó diciendo que, como profesora de inteligencia artificial en la Universidad Politécnica de Madrid, le ha puesto atención al uso de la semántica de las palabras en las máquinas y, en tal virtud, prometió poner la inteligencia artificial al servicio de la lengua española. Desde luego, es innegable que la IA ha propiciado la llegada de una nueva etapa en el desarrollo tecnológico de nuestro tiempo en la era actual.
Ciertamente, lo que propicia la IA al unificar, en un solo archivo, las variedades de un tema en una sola búsqueda, entraña una economía de tiempo. Y, además, simplifica los asuntos complicados de aspectos temáticos y variantes de un asunto. Desde luego, ni las Academias de la Lengua y de Ciencias, ni los hablantes cultos, ni ninguna institución universitaria, tienen poder para evitar un posible daño que la IA pueda acarrear a la lengua, la cultura y a la genética humana, si así ocurriere. El uso de la lengua por una máquina programada por la IA depende de sus programa- dores, y estos no suelen ser expertos en el conocimiento del idioma. Las variantes idiomáticas que las máquinas puedan introducir podrían afectar el genio de nuestra lengua. Asimismo, el uso generalizado e indiscriminado de los teléfonos móviles, que aquí llamamos teléfonos celulares, con sus YouTube, Twitter, Wasaps y otras plataformas en manos de iletrados, es una evidencia del uso negativo de los aparatos electrónicos en la comunicación escrita.
De ahí la necesidad de regular la IA respecto a las normas de la lengua y las pautas de la cultura para evitar un daño a los principios, protocolos y códigos establecidos por el bien del orden social, la vida compartida y los ideales y valores de nuestra cultura. Códigos compartidos, seguridad jurídica y protocolos del bien común deben prevalecer en el manejo de máquinas, inventos y algoritmos. Desde Pitágoras y Platón hasta Alexis Carrel y Evelyn Underhill, pasando por Halal Udin Rumi, Teresa de Jesús y Rabindranath Tagore, el hombre ha sentido el aletazo del misterio, y muchos han sido tocados por las irradiaciones estelares de los mundos sutiles mediante la sabiduría de lo Alto.
La revolución tecnológica de la IA, como la creación del Internet, las páginas electrónicas o la computación en las nubes, entre otras aplicaciones del ámbito científico, empresarial y comercial, así como el metaverso y su combinación de lo real y lo virtual, tiene un amplio campo de acción, pues como dijera la doctora Gómez-Pérez, figuran la computación cuántica, la neurotecnología y los chips implantados en humanos para diversas funciones operativas, razón por la cual la inteligencia artificial es «la tecnología habilitadora que dota a sistemas y dispositivos digitales de capacidades cognitivas, tales como razonar, emplear el lenguaje, ya sea para traducir entre idiomas, mantener una conversación oral o escrita con una máquina para resolver una tarea, clasificar documentos y crear imágenes...» (Asunción Gómez-Pérez, «Inteligencia artificial y la lengua española», Discurso de ingreso a la RAE, Madrid, 21 de mayo de 2023), aunque no sabemos si las máquinas podrán aprehender los rasgos peculia- res del lenguaje humano, como la conceptuación semántica, las emociones entrañables, la sensibilidad empática, la interiorización intuitiva y el poder de simbolización verbal.
Las diversas aplicaciones electrónicas (Wasap, YouTube, Instagram, Facebook, Twitter, TikTok, la IA y la nueva plataforma del ChatGPT), implican un reto para la investigación científica, la labor docente y la creación estética y literaria. La ciencia siempre ha estado a la vanguardia de los inventos, y el arte siempre ha sido la expresión ejemplar de la creatividad estética. Desde luego, ciencia y arte sin fe en un destino trascendente carece de la certeza que edifica y de la inspiración que ilumina, como el servicio sin visión espiritual adolece del aliento luminoso y el sentido trascendente. ¿Tienen los aparatos electrónicos de la IA los singulares atributos de la excelsa condición de la inteligencia humana para crear las inspiraciones sorprendentes de la intuición, las revelaciones luminosas de la trascendencia, las invenciones maravillosas de la imaginación y los arrebatos sagrados de la experiencia mística de lo divino?
La mente ávida de conocimiento quiere conocerlo todo, entenderlo todo, vivirlo todo. La naturaleza de lo viviente ofrece grandiosas sensaciones con un alto valor para quien piensa, siente y crea. Todas las disciplinas orientan, todo sentido edifica, y la belleza sublime emociona y arrebata. En todo hay sentido, verdad y belleza. ¿Puede una creación de la IA recrear el fascinante encanto y el valor profundo de la naturaleza, que es la obra de Dios? La mente humana se inspira en la naturaleza de lo viviente, que tiene fluidos sensoriales y efluvios suprasensibles de alta significación para pensadores y estetas. Y la IA, como máquina que crea a imitación de la mente humana, ¿puede reproducir los sentimientos entrañables y las intuiciones profundas de la conciencia sutil, así como la aptitud de la sensibilidad empática y la intuición pensante de nuestra mente?
Pintar las reacciones secretas del semblante humano, componer música sagrada o poetizar a la luz de las irradiaciones estelares es un eco del aliento divino que el Logos de la conciencia formaliza intelectual, estética y espiritualmente. Por eso, genios como Platón, Leonardo da Vinci o san Juan de la Cruz, son epónimos de la inteligencia sutil y la sabiduría sagrada.
El arte y la ciencia operan mediante el concurso de la intuición, que es una dotación del Logos de la conciencia, que ningún aparato podrá remedar con propiedad. Si la IA logra intuir el sentido profundo y trascendente, como lo han logrado los poetas místicos, los músicos sagrados y los genios del pensamiento, será la gran proeza de la ciencia cuántica. La revelación del misterio es una meta de la sabiduría profunda. Y un objetivo del intelecto creador de los intelectuales y creadores que se dedican al cultivo de la inteligencia y a la búsqueda de la sabiduría espiritual. Pero no esperen de un chulo de barrio ni de un ludópata empedernido una ópera sacra ni una creación teopoética.
Los ciberataques, espionajes electrónicos, informaciones tergiversadas y falsificaciones de conceptos mediante los mecanismos cibernéticos forman parte de la deformación de la verdad en el ámbito digital de nuestro tiempo. Índice y señal de la perversión humana, y también fuente de desavenencias, perversidades y daños. Por eso Amazon, Google, Meta, Microsoft y otras empresas que lideran el desarrollo de la tecnología de la inteligencia artificial han expresado el compromiso de cumplir una serie de medidas de seguridad de la IA para evitar daños y el uso indebido de esta máquina inteligente.
EL RETO DEL DESARROLLO INTELECTUAL, MORAL, ESTÉTICO Y ESPIRITUAL
La representación intelectual de la realidad, que inspira la idea que cer- tifica la verdad de las cosas, como la recreación de lo real mediante una imagen de sus datos sensoriales, constituyen la expresión de la creación intelectual y estética. Crear una idea o una imagen de la realidad es propio de la inteligencia humana, que la IA imita con sus recursos tecnológicos.
¿Podrá recrear la IA la emocionante pasión que mueve la sensibilidad del artista y la consagrada entrega que alienta al científico cuando los arrebata el aliento de su creación? Cuando Leonardo da Vinci pintó La última cena, cuando Ángelus Silesius escribió sus elocuentes epigramas, o cuando Nikos Kazantzakis plasmó en El Pobre de Asís la consagración de san Francisco al ideal místico del divino Nazareno, esas sublimes convicciones de la conciencia humana son inimitables.
Todas las novedades retan a la inteligencia humana. Estamos llamados a trillar la ruta de la verdad, el ideal de la belleza y el cauce del bien. La denigrante tendencia hacia la oscuridad, el engaño y la maldad no es la meta, sino la vía de la luz, la verdad y el bien. La Gioconda, La Divina Comedia o Don Quijote de La Mancha jamás podrían ser creadas por una máquina electrónica. Concitar la emoción que subyuga a través de la belleza o fomentar el bien que edifica a través de un invento, ha sido el reto de artistas y científicos a lo largo de la historia. Los autores plasman una réplica, al modo humano, del aliento divino. Y por eso son visionarios, iluminados y creadores. Expresar lo que atrapa la sensibilidad humana o recrear lo que despierta el intelecto de intelectuales y artistas es la hazaña creadora de la inteligencia humana, que la IA no podrá recrear con propiedad. In interiore habitat veritas, consignó san Agustín, al ponderar el sentido del mundo.
Desde el pasado lejano, mediante el estudio de la ciencia y el cultivo de las letras, los inspirados por una motivación profunda, han intuido el misterio de la realidad material y el sentido de las irradiaciones trascendentes, para interpretar lo que el Espíritu le tiene reservado a la inteligencia humana. Y, mediante el arte de la creación verbal, los dotados de la inteligencia sutil han explorado la voz interior de la conciencia, la voz entrañable de las cosas y la voz secreta de los mundos sutiles. La realidad natural y las manifestaciones sobrenaturales están llenas de prodigios que, si tocan nuestra sensibilidad y atizan nuestra conciencia, experimentamos un brote de iluminación que revela el esplendor de la verdad y el fulgor de la sabiduría. Por eso, quien sabe ver, percibe el sentido en todo, la verdad en lo oculto y la sabiduría en los efluvios del Cosmos.
La inteligencia sutil de la conciencia humana llega hasta lo real invisible, que ningún aparato, por sorprendente que sea, puede acceder. La belleza de la imagen y la hondura del concepto, dos atributos de nuestra capacidad reflexiva, cuando comparten la luz de lo divino, abordan el mis- terio de la creación con el flechazo de la intuición y la sorpresa de la revelación, canalizando la lumbre sagrada del Logos de nuestra conciencia. Cuando una realidad inspira la llama de lo Alto con la iluminación mística de lo viviente, se activa la inteligencia sutil y se manifiesta la sabiduría espiritual del Numen, y podría revelarse la sabiduría sagrada del Nous. Desde nuestro particular ámbito de contemplación fluye el aliento divino de la creación. Y el sentido trascendente, que fluye en el fulgor espiritual de la intuición de la conciencia, enaltece la genuina creación.
Dudo que una máquina pueda revelar la intuición mística de lo viviente, o los sueños mitificados de la imaginación, ni mucho menos las irradiaciones estelares de los mundos invisibles, como lo hace la inteligencia sutil de los contemplativos, iluminados, místicos, santos y profetas. La viven- cia entrañable de una experiencia cósmica, el embeleso subyugante de una experiencia cardinal, y, menos aún, el arrebato subyugador de la experiencia mística ante el fenómeno de la epifanía teopática, es un atributo de la inteligencia sutil de la conciencia humana, como han testificado, en pro- fundas intuiciones, inspiraciones y revelaciones, la vivencia de la iluminación divina de las figuras estelares de las diversas lenguas y culturas.
No creo que el aparato de la IA podrá recrear el genio de nuestra lengua con la sabiduría estética y espiritual de los grandes pensadores y el aliento sagrado de la iluminación mística, o la revelación de la conciencia teopoética de la estirpe trascendente, sagrada y divina, como se puede constatar en los poemarios de san Juan de la Cruz, fray Luis de León y santa Teresa de Jesús, o plasmar la magia inspiradora de la imaginación con la hondura psicológica, antropológica y cultural, como lo hicieron Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, y lo siguen haciendo Clara Janés y Luce López-Baralt.
Ante el auge de la banalización, la presión de migrantes ignaros y depauperados y la perversa agenda global de la ONU, se suman el uso sin control de los aparatos electrónicos en las redes sociales y el impacto de la IA, que le da fuerza a la tendencia devastadora de la postmodernidad y cuyo uso aún no se ha regulado para evitar el posible daño que pudiere acarrear. Por esa razón, científicos, intelectuales y creadores están advirtiendo a los gobiernos de países desarrollados que reglamenten el manejo de la IA para asegurar el bien común, evitar daños a la lengua y la cultura, a la moral y a la espiritualidad humana. Porque hay el temor de que la IA podría modifi- car el comportamiento de los usuarios. El propio Bill Gates advirtió sobre los desafíos éticos y regulatorios que esta nueva tecnología plantea para el futuro.
Sabemos que todas las novedades rompen esquemas establecidos, y son los aportes positivos y edificantes los que concitan la aceptación por los sectores conscientes de la sociedad. Las redes sociales, el relajamiento de las buenas costumbres, el desinterés por el desarrollo intelectual y estético, así como la subestimación de los valores morales y espirituales favorecen el descenso del intelecto humano y el descuido en el manejo del lenguaje con el empobrecimiento del desarrollo cultural. Lo que está sucediendo con el uso de la palabra, como el lenguaje del doble género y la expresión de términos soeces, que algunos comunicadores usan sin rubor, afecta la esencia de una tradición cultural arraigada en el genio de nuestra lengua y enaltecida por hablantes ejemplares y grandes creadores, contrario al uso irreverente de la palabra que socava el buen uso del lenguaje mediante el pensamiento iluminado de maestros del pensamiento y la imaginación. Nosotros, cultores de la palabra y estudiosos del saber y la espiritualidad, hemos de fomentar el desarrollo intelectual, el ascenso de la conciencia y una creación ejemplar. Y conseguir lo que ha dicho Ilumerlin Rodríguez:
«Que fluyan las aguas a favor de la corriente». Y, como escribiera el excelso poeta del Interiorismo, Leopoldo Minaya: «Solo un poeta, que sabe cosas del alma y habla a los dioses, podrá alguna vez descifrarla» (Leopoldo Minaya, Preeminencia del tiempo y otros poemas, Santo Domingo, Editora Búho, 1998, p. 118).
Al pensar, mediante el poder generativo del intelecto, nuestra mente crea las dos expresiones de la conciencia, imágenes y conceptos, para testimoniar nuestras intuiciones y vivencias, el producto de la investigación científica y el arte de la creación verbal. Por eso hay que cultivar el len- guaje, como se cultiva un jardín o un terreno. A la pobreza léxica se suma la disminución de la comprensión y la conceptualización, que disminuye el horizonte cultural y la creación intelectual, moral, estética y espiritual. La realidad sensorial es una emanación de la energía divina con que la llama sagrada activa la inteligencia sutil, la sabiduría espiritual y la gracia mística de lo divino, que ningún aparato puede canalizar y reproducir. La subyugante conmoción de un arrebato teopoético o la magia supina de una pasión iluminada solo las puede expresar la inteligencia humana ya que está dotada del aliento de la intuición, el soplo de la inspiración o el misterio de la revelación de la sabiduría sagrada. Desde luego, quien sabe valorar la realidad, percibe el sentido en todo, y la grandeza en lo simple, como la revela la inteligencia humana. No creo que la IA pueda formali- zar la mitificación de la fantasía, la subyugación sensorial que desmaya los sentidos o la vivencia arrebatadora de la dolencia divina.
Desde la privacidad de nuestra contemplación, hasta la plenitud de lo viviente, fluye el aliento superior que da sustancia y sentido a la creación verbal. Y esa dimensión esencial, interior y trascendente, fluye rediviva y elocuente en nuestra palabra con el fulgor de la conciencia luminosa. Y, en tal virtud, florece el primor de la verdad, la fascinación de la belleza y el aletazo del misterio. Veta y eco de la sabiduría espiritual del Numen, y también cauce y fuente de la sabiduría sagrada del Nous que purifica, eleva y consagra.
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